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pasados, pasando yo por un bosque, oí unos gritos y unas voces muy lastimosas como de persona afligida y menesterosa. Acudí luego llevado de mi obligación hacia la parte donde me pareció que las lamentables voces sonaban, y hallé atado á una encina á este muchacho que ahora está delante, de lo que me huelgo en el alma, porque será testigo que no me dejará mentir en nada. Digo que estaba atado á la encina, desnudo de medio cuerpo arriba, y estábale abriendo á azotes con las riendas de una yegua un villano, que después supe que era amo suyo; y así como yo le vi, le pregunté la causa de tan atroz vapulamiento: respondió el zafio que le azotaba porque era su criado, y que ciertos descuidos que tenía, nacían más de ladrón que de simple; á lo cual este niño dijo: Señor, no me azota sino porque le pido mi salario. El amo replicó no sé qué arengas y disculpas, las cuales, aunque de mí fueron oídas, no fueron admitidas: en resolución, yo le hice desatar, y tomé juramento al villano de que le llevaría consigo y le pagaría un real sobre otro y aun sahumados. No es verdad ó todo eso, hijo Andrés? ¿No notaste con cuánto imperio se lo mandé, y con cuánta humildad prometió de hacer todo cuanto yo le impuse y notifiqué y quise? Responde, no te turbes ni dudes en nada, dí lo que pasó á estos señores, porque se vea y considere ser del provecho que digo haber caballeros andantes por los caminos.

—Todo lo que vuestra merced ha dicho, es mucha verdad, respondió el muchacho, pero el fin del negocio sucedió muy al revés de lo que vuestra merced se imagina.

DON QUIJOTE .—25 TOMO I YOL . 315