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hasta obra de ocho pliegos escritos de mano, y al principio tenía un título grande que decía: «Novela del Curioso impertinente.» Leyó el cura para sí tres ó cuatro renglones, y dijo:

—Cierto que no me parece mal el título desta novela, y que me viene voluntad de leella toda.

A lo que respondió el ventero:

—Pues bien puede leella su reverencia, porque le hago saber que á algunos huéspedes que aquí la han leído, les ha contentado mucho, y me la han pedido con muchas veras; mas yo no se la he querido dar, pensando volvérsela á quien aquí dejó esta maleta olvidada con estos libros y esos papeles, que bien puede ser que vuelva su dueño por aquí algún tiempo; y aunque sé que me han de hacer falta los libros, á fe que se los he de volver, que aunque ventero, todavía soy cristiano.

—Vos tenéis mucha razón, amigo, dijo el cura; más con todo eso, si la novela me contenta, me la habéis de dejar trasladar.

—De muy buena gana, respondió el ventero.

Mientras los dos esto decían, había tomado Cardenio la novela y comenzado á leer en ella, y pareciéndole lo mismo que al cura, le rogó que la leyese de modo que todos la oyesen.

—Sí leyera, dijo el cura, sino fuera mejor gastar este tiempo en dormir que en leer.

—Harto reposo será para mí, dijo Dorotea, entretener el tiempo oyendo algún cuento, pues aun no tengo el espíritu tan sosegado, que me conceda dormir cuando fuera razón.

—Pues desa manera, dijo el cura, quiero leerla por curiosidad siquiera, quizá tendrá alguna de gusto.