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Pero mi suerte, de quien jamás espero algún bien, con el cielo ha estatuído que pues lo imposible pido, lo posible aun no me den.

Fuése otro día Anselmo á la aldea, dejando dicho á Camila que el tiempo que él estuviese ausente, vendría Lotario á mirar por su casa y á comer con ella, que tuviese cuidado de tratalle como á su misma persona. Afligióse Camila, como mujer discreta y honrada, de la orden que su marido le dejaba, y díjole que advirtiese que no estaba bien que nadie, él ausente, ocupase la silla de su mesa; y que si lo hacía por no tener confianza que ella sabría gobernar su casa, que probase por aquella vez, y vería por experiencia como para mayores cuidados era bastante. Anselmo le replicó que aquel era su gusto, y que no tenía más que hacer que bajar la cabeza y obedecelle. Camila dijo que ansí lo haría, aunque contra su voluntad. Partiose Anselmo, y otro día vino á su casa Lotario, donde fué recebido de Camila con amoroso y honesto acogimiento; la cual jamás se puso en parte donde Lotario la viese á solas, porque siempre andaba rodeada de sus criados y criadas, especialmente de una doncella suya llamada Leonela, á quien ella mucho quería, por haberse criado desde niñas las dos juntas en casa de los padres de Camila, y cuando se casó con Anselmo la trujo consigo.

En los tres días primeros nunca Lotario le dijo nada, aunque pudiera cuando se levantaban los manteles y la gente se iba á comer con mucha priesa, porque así se lo tenía mandado Camila;