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<— 60vio el valeroso don Quijote. El cual contentísimo de lo sucedido, pareciéndole que había dado felicísimo y alto principio á sus caballerías, con gran satisfación de sí mismo iba caminando hacia su aldea, diciendo á media voz:

—Bien te puedes llamar dichosa sobre cuantas hoy viven sobre la tierra, oh sobre las bellas, bella Dulcinea del Toboso, pues te cupo en suerte tener sujeto y rendido á toda tu voluntad y talante á un tan valiente y tan nombrado caballero como lo es y será don Quijote de la Mancha, el cual, como todo el mundo sabe, ayer recibió la orden de caballería, y hoy ha desfecho el mayor tuerto y agravio que formó la sinrazón y cometió la crueldad: hoy quitó el látigo de la mano á aquel desapiadado enemigo, que tan sin ocasión vapulaba á aquel delicado infante.

En esto llegó á un camino que en cuatro se dividía, y luego se le vino á la imaginación las encrucijadas donde los caballeros andantes se ponían á pensar cuál camino de aquéllos tomarían:

y por imitarlos estuvo un rato quedo; y al cabo de haberlo muy bien pensado, soltó la rienda á Rocinante, dejando á la voluntad del rocín la suya, el cual siguió su primer intento, que fué el irse camino de su caballeriza. Y habiendo andado como dos millas, descubrió don Quijote un gran tropel de gente, que como después se supo, eran unos mercaderes toledanos que iban á comprar seda á Murcia. Eran seis y venían con sus quitasoles, con otros cuatro criados á caballo y tres mozos de mulas á pie. Apenas los divisó don Quijote, cuando se imaginó ser cosa de nueva aventura, y por imitar en todo cuanto á él le parecía posible los pasos que había leído en sus libros,