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ellos todos juntos y cada uno por sí hicieron, se aventajarán las mías.

En estas pláticas y en otras semejantes llegaron al lugar á la hora que anochecía; pero el labrador aguardó á que fuese más noche, porque no viesen al molido hidalgo tan mal caballero.

Llegada pues la hora que le pareció, entró en el pueblo y en casa de don Quijote, la cual halló toda alborotada, y estaban en ella el cura y el barbero del lugar, que eran grandes amigos de don Quijote, que estaba diciéndoles su ama á voces:

—¿Qué le parece á vuestra merced, señor licenciado Pero Pérez (que así se llamaba el cura), de la desgracia de mi señor? Seis días ha que no parecen él ni el rocín, ni la adarga, ni la lanza, ni las armas. ¡Desventurada de mí! que me doy á entender, y así es ello la verdad, como nací para morir, que estos malditos libros de caballerías que él tiene y suele leer tan de ordinario, le han vuelto el juicio; que ahora me acuerdo haberle oído decir muchas veces hablando entre sí, que quería hacerse caballero andante é irse á buscar las aventuras por esos mundos. Encomendados sean á Satanás y á Barrabás tales libros, que así han echado á perder el más delicado entendimiento que había en toda la Mancha.

La sobrina decía lo mismo y aun decía más :

—Sepa, señor maese Nicolás (que este era el nombre del barbero), que muchas veces le aconteció á mi señor tío estarse leyendo en estos desalmados libros de desventuras dos días con sus noches, al cabo de los cuales arrojaba el libro de las manos y ponía mano á la espada, y andaba á cuchilladas con las paredes, y cuando estaba muy cansado, decía que había muerto á cuatro gigan-