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hacen testamento antes de su muerte, con otras cosas de que todos los demás libros deste género carecen. Con todo os digo, que merecía el que lo compuso, pues no hizo tantas necedades de industria, que le echaran á galeras por todos los días de su vida. Llevalde á casa y leelde, y veréis que es verdad cuanto dél os he dicho.

—Así será, respondió el barbero; pero ¿qué haremos destos pequeños libros que quedan?

—Estos, dijo el cura, no deben de ser de caballería, sino de poesía; y abriendo uno vió que era La Diana de Jorge de Montemayor, y dijo (creyendo que todos los demás eran del mesmo género): Estos no merecen ser quemados como los demás, porque no hacen ni harán el daño que los de caballerías han hecho; que son libros de entretenimiento sin perjuicio de tercero.

—Ay, señor! dijo la sobrina, bien los puede vuestra merced mandar quemar como los demás, porque no sería mucho que habiendo sanado mi señor tío de la enfermedad caballeresca, leyendo.

éstos se le antojase de hacerse pastor y andarse por los bosques y prados cantando y tañendo, y lo que sería peor, hacerse poeta, que según dicen és enfermedad incurable y pegadiza.

—Verdad dice esta doncella, dijo el cura, y será bien quitarle á nuestro amigo este tropiezo y ocasión delante. Y pues comenzaremos por La Diana de Montemayor, soy de parecer que no se queme, sino que se quite todo aquello que trata de la sabia Felicia y de la agua encantada, y casi todos los versos mayores, y quédesele enhorabuena la prosa y la honra de ser primero en semejantes libros.

—Este que sigue, dijo el barbero, llamada Segunda del Salmantino; y este otro que La Diana,