Página:El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha - Tomo I (1908).pdf/82

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 80 —

—Por cierto, señor arzobispo Turpín, que es gran mengua de los que nos llamamos doce Pares dejar tan sin más ni más llevar la vitoria deste torneo á los caballeros cortesanos, habiendo nosotros los aventureros ganado el prez en los tres días antecedentes.

—Calle vuestra merced, señor compadre, dijo el cura, que Dios será servido que la suerte se mude, y que lo que hoy se pierde, se gane mañana; y atienda vuestra merced á su salud por ahora, que me parece que debe de estar demasiado cansado, si ya no es que está mal ferido.

Ferido no, dijo don Quijote; pero molido y quebrantado, no hay duda en ello, porque aquel bastardo de don Roldán me ha molido á palos con el tronco de una encina, y todo de envidia, porque ve que yo solo soy el opuesto de sus valentías; mas no me llamaría yo Reinaldos de Montalván, si en levantándome deste lecho no me lo pagare á pesar de todos sus encantamentos: y por ahora tráiganme de yantar, que sé que es lo que más me hará al caso, y quédese lo de vengarme á mi cargo.

Hiciéronlo así: diéronle de comer, y quedóse otra vez dormido, y ellos admirados de su locura.

Aquella noche quemó y abrasó el ama cuantos libros había en el corral y en toda la casa, y tales debieron de arder que merecían guardarse en perpetuos archivos; mas no lo permitió su suerte y la pereza del escrutiñador, y así se cumplió el refrán en ellos de que pagan á las veces justos por pecadores. Uno de los remedios que el cura y el barbero dieron por entonces para el mal de su amigo, fué que le murasen y tapiasen el aposento de los libros, porque cuando se levantase no los hallase