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DON QUIJOTE.

algunas menudencias habia que advertir, pero todas son de poca importancia, y que no hacen al caso á la verdadera relacion de la historia, que ninguna es mala, como sea verdadera. Si á esta se le puede poner alguna objecion cerca de su verdad, no podrá ser otra sino haber sido su autor arábigo, siendo muy propio de los de aquella nacion ser mentirosos; aunque por ser tan nuestros enemigos, antes se puede entender haber quedado falto en ella, que demasiado, y así me parece á mí; pues cuando pudiera y debiera estender la pluma en las alabanzas de tan buen caballero, parece que de industria las pasa en silencio: cosa mal hecha y peor pensada, habiendo y debiendo ser los historiadores puntuales, verdaderos, y no nada apasionados, y que ni el interes, ni el miedo, el rancor, ni la aficion no les haga torcer del camino de la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir. En esta sé que se hallará todo lo que se acertare á desear en la mas apacible; y si algo bueno en ella faltare, para mí tengo que fué por culpa del galgo de su autor antes que por falta del sujeto. En fin, su segunda parte, siguiendo la traducion, comenzaba desta manera.

Puestas y levantadas en alto las cortadoras espadas de los dos valerosos y enojados combatientes, no parecia sino que estaban amenazando al cielo, á la tierra y al abismo: tal era el denuedo y continente que tenian. Y el primero que fué á descargar el golpe, fué el colérico vizcaino, el cual fué dado con tanta fuerza y tanta furia, que á no volvérsele la espada en el camino, aquel solo golpe fuera bastante para dar fin á su rigurosa contienda y á todas las aventuras de nuestro caballero; mas la buena suerte, que para mayores cosas le tenia guardado, torció la espada de su contrario, de modo que aunque le acertó en el hombro izquierdo, no le hizo otro daño que desarmarle todo aquel lado, llevándole de camino gran parte de la celada con la mitad de la oreja, que todo ello con espantosa ruina vino al suelo, dejándole muy mal trecho. ¡Válame Dios, y quién será aquel que buenamente pueda contar ahora la rabia que entró en el corazon de nuestro Manchego, viéndose parar de aquella manera! No se diga mas, sino que fué de manera, que se alzó de nuevo en los estribos, y apretando mas la espada en las dos manos, con tal furia descargó sobre el vizcaino, acertándole de lleno sobre la almohada y sobre la cabeza, que sin ser parte tan buena defensa, como si cayera sobre él una montaña, comenzó á echar sangre por las narices y por la boca, y por los oidos, y á dar mues-