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CAPÍTULO XIV.
sesperó sin ser aborrecido: mirad ahora, si será razon que de su pena se me dé á mí la culpa. Quéjese el engañado, desespérese aquel á quien le faltaron las prometidas esperanzas, confíese el que yo llamare, ufánese el que yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquel á quien yo no prometo, engaño, llamo ni admito. El cielo aun hasta ahora no ha querido que yo ame por destino, y el pensar que tengo de amar por eleccion, es escusado. Este general desengaño sirva á cada uno de los que me solicitan de su particular provecho; y entiéndase de aquí adelante, que si alguno por mí muere, no muere de zeloso ni desdichado, porque quien á nadie quiere, á ninguno debe dar zelos: que los desengaños no se han de tomar en cuenta de desdenes. El que me llama fiera y basilisco, déjeme como cosa perjudicial y mala: el que me llama ingrata, no me sirva; el que desconocida, no me conozca; quien cruel, no me siga: que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y esta desconocida, ni los buscará, servirá, conocerá, ni seguirá en ninguna manera. Que si á Grisóstomo mató su impaciencia y arrojado deseo, ¿por qué se ha de culpar mi honesto proceder y recato? Si yo conservo mi limpieza con la compañía de los árboles, ¿por qué ha de querer que la pierda el que quiere que la tenga con los hombres? Yo, como sabeis, tengo riquezas propias, y no codicio las agenas: tengo libre condicion, y no gusto de sujetarme: ni quiero ni aborrezco á nadie: no engaño á este, ni solicito aquel, ni burlo con uno, ni me entretengo con el otro. La conversacion honesta de las zagalas destas aldeas, y el cuidado de mis cabras me entretiene: tienen mis deseos por término estas montañas; y si de aquí salen, es á contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma á su morada primera.=Y en diciendo esto, sin querer oir respuesta alguna, volvió las espaldas, y se entró por lo mas cerrado de un monte que allí cerca estaba, dejando admirados tanto de su discrecion como de su hermosura á todos los que allí estaban. Y algunos dieron muestras (de aquellos que de la poderosa flecha de los rayos de sus bellos ojos estaban heridos) de quererla seguir, sin aprovecharse del manifiesto desengaño que habian oido. Lo cual visto por Don Quijote, pareciéndole que allí venia bien usar de su caballería socorriendo á las doncellas menesterosas, puesta la mano en el puño de su espada, en altas é intelegibles voces dijo:—Ninguna persona, de cualquiera estado y condicion que sea, se atreva á seguir á la hermosa Marcela, so pena de caer en la furiosa indignacion mia. Ella ha mostrado con claras y su-
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