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IX
PRÓLOGO.

proviso autoridad al libro: y mas, que no habrá quien se ponga á averiguar si los seguistes ó no los seguistes, no yéndole nada en ello: cuanto mas, que si bien caigo en la cuenta, este vuestro libro no tiene necesidad de ninguna cosa de aquellas que vos decis que le falta, porque todo él es una invectiva contra los libros de caballerías, de quien nunca se acordó Aristóteles, ni dijo nada San Basilio, ni alcanzó Ciceron: ni caen debajo de la cuenta de sus fabulosos disparates las puntualidades de la verdad, ni las observaciones de la Astrología: ni le son de importancia las medidas geométricas, ni la confutacion de los argumentos de quien se sirve la retórica: ni tiene para que predicar á ninguno, mezclando lo humano con lo divino, que es un género de mezcla, de quien no se ha de vestir ningun cristiano entendimiento: solo tiene que aprovecharse de la imitacion en lo que fuere escribiendo, que cuanto ella fuere mas perfecta, tanto mejor será lo que se escribiere: y pues esta vuestra escritura no mira á mas, que á deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo tienen los libros de Caballerías, no hay para que andeis mendigando sentencias de filósofos, consejos de la divina Escritura, fábulas de poetas, oraciones de retóricos, milagros de santos; sino procurar que á la llana, con palabras significantes, honestas y bien colocadas, salga vuestra oracion y periodo sonoro y festivo, pintando en todo lo que alcanzáredes y fuere posible vuestra intencion, dando á entender vuestros conceptos, sin intrincarlos, y escurecerlos. Procurad tambien que leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva á risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invencion, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla. En efecto, llevad la mira puesta á derribar la máquina mal fundada destos caballerescos libros, aborrecidos de tantos, y alabados de muchos mas: que si esto alcanzásedes, no habriádes alcanzado poco.

Con silencio grande estuve escuchando lo que mi amigo me decia, y de tal manera se imprimieron en mí sus razones, que sin ponerlas en disputa las aprobé por buenas, y de ellas mismas quise hacer este prólogo: en el cual verás, lector suave, la discrecion de mi amigo, la buena ventura mia en hallar en tiempo tan necesitado tal consejero, y el alivio tuyo en hallar tan sincera y tan sin revueltas la historia del famoso Don Quijote de la Mancha, de quien hay opinion por todos los habitadores del distrito del Campo de Montiel, que fué el mas casto enamorado y el mas valiente caballero que de muchos años á esta parte se vió en aquellos contornos. Yo no quiero encarecerte el servicio que te hago en darte á conocer tan notable y tan honrado caballero; pero quiero que me agradezcas el conocimiento que tendrás del famoso Sancho Panza, su escudero, en quien á mi parecer te doy cifradas todas las gracias escuderiles que en la caterva de los libros vanos de caballerías están esparcidas. Y con esto, Dios te dé salud, y á mí no olvide. Vale.

TOMO I.—II.
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