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DON QUIJOTE.
mar venturosa, por haber alojado en este vuestro castillo á mi persona, que es tal, que si yo no la alabo, es por lo que suele decirse, que la alabanza propia envilece; pero mi escudero os dirá quien soy. Solo os digo, que tendré eternamente escrito en mi memoria el servicio que me habedes fecho para agradecéroslo mientras la vida me durare, y pluguiera á los altos cielos, que el amor no me tuviera tan rendido y tan sujeto á sus leyes, y los ojos de aquella hermosa ingrata, que digo entre mis dientes, que los desta fermosa doncella fueran señores de mi libertad.=Confusas estaban la ventera y su hija, y la buena de Maritornes oyendo las razones del andante caballero, que así las entendian como si hablara en griego: aunque bien alcanzaron que todas se encaminaban á ofrecimiento y requiebros: y como no usadas á semejante lenguaje, mirábanle, y admirábanse, y pareciales otro hombre de los que se usaban, y agradeciéndole con venteriles razones sus ofrecimientos, le dejaron, y la asturiana Maritornes curó á Sancho, que no menos lo habia menester que su amo. Habia el arriero concertado con ella que aquella noche se refocilarian juntos, y ella le habia dado su palabra de que en estando sosegados los huéspedes y durmiendo sus amos, le iria á buscar, y satisfacerle el gusto en cuanto le mandase. Y cuéntase desta buena moza, que jamas dió semejantes palabras que no las cumpliese, aunque las diese en un monte y sin testigo alguno, porque presumia muy de hidalga, y no tenia por afrenta estar en aquel ejercicio de servir en la venta: porque, decia ella, que desgracias y malos sucesos la habian traido á aquel estado. El duro, estrecho, apocado y fementido lecho de Don Quijote estaba primero en mitad de aquel estrellado[1] establo: y luego junto á él hizo el suyo Sancho, que solo contenia una estera de enea, y una manta que antes mostraba ser de angeo tundido que de lana. Sucedia á estos dos lechos el del arriero, fabricado, como se ha dicho, de las enjalmas, y de todo el adorno de los dos mejores mulos que traia, aunque eran doce, lucios, muy gordos y famosos, porque era uno de los ricos arrieros de Arévalo, segun lo dice el autor desta historia, que deste arriero hace particular mencion, porque le conocia muy bien, y aun quieren decir que era algo pariente suyo: fuera de que Cide Hamete Benengeli fué historiador muy curioso y muy puntual en todas cosas, y échase bien de ver, pues las que quedan referidas, con ser tan mínimas y tan rateras, no las quiso pasar en silencio:
  1. Destechado y descubierto, desde el cual se veian las estrellas.