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CAPÍTULO XVIII.
tírate á una parte y déjame solo, que solo basto á dar la victoria á la parte á quien yo diere mi ayuda: y diciendo esto, puso las espuelas á Rocinante, y puesta la lanza en el ristre, bajó de la costezuela como un rayo. Dióle voces Sancho, diciéndole: Vuélvase vuestra merced, señor Don Quijote, que voto á Dios, que son carneros y ovejas las que va á embestir: vuélvase, ¡desdichado del padre que me engendró! ¿qué locura es esta? mire que no hay gigante, ni caballero alguno, ni gatos, ni armas, ni escudos partidos ni enteros, ni veros azules, ni endiablados: ¿qué es lo que hace? pecador soy yo á Dios! Ni por esas volvió Don Quijote, antes en altas voces iba diciendo: Ea caballeros, los que seguis y militais debajo de las banderas del valeroso emperador Pentapolin del arremangado brazo, seguidme todos, vereis cuán facilmente le doy venganza de su enemigo Alifanfarron de la Trapobana. Esto diciendo, se entró por medio del escuadron de las ovejas, y comenzó de alanceallas con tanto corage y denuedo, como si de veras alanceara á sus mortales enemigos. Los pastores y ganaderos que con la manada venian, dábanle voces que no hiciese aquello; pero viendo que no aprovechaban, desciñéronse las hondas, y comenzaron á saludalle los oidos con piedras como el puño. Don Quijote no se curaba de las piedras, antes discurriendo á todas partes, decia: Adonde estás, soberbio Alifanfarron, vente á mí, que un caballero solo soy, que desea de solo á solo probar tus fuerzas y quitarte la vida en pena de la que das al valeroso Pentapolin Garamanta. Llegó en esto una peladilla de arroyo, y dándole en un lado, le sepultó dos costillas en el cuerpo. Viéndose tan mal trecho, creyó sin duda que estaba muerto ó mal ferido, y acordándose de su licor, sacó su alcuza y púsosela á la boca, y comenzó á echar licor en el estómago: mas ántes que acabase de embasar lo que á él le parecia que era bastante, llegó otra almendra y dióle en la mano y en la alcuza tan de lleno, que se la hizo pedazos, llevándole de camino tres ó cuatro dientes y muelas de la boca, y machucándole malamente dos dedos de la mano. Tal fué el golpe primero, y tal el segundo, que le fué forzoso al pobre caballero dar consigo del caballo abajo. Llegáronse á él los pastores, y creyeron que le habian muerto, y así con mucha priesa recogieron su ganado, y cargaron de las reses muertas, que pasaban de siete, y sin averiguar otra cosa se fueron. Estábase todo este tiempo Sancho sobre la cuesta mirando las locuras que su amo hacia, y arrancábase las barbas maldiciendo la hora y el punto en que la fortuna se le habia dado á conocer co-