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CAPÍTULO XVIII.
tanta tristeza, le dijo:—Sábete, Sancho, que no es un hombre mas que otro, si no hace mas que otro: todas estas borrascas que nos suceden, son señales de que presto ha de serenar el tiempo, y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal ni el bien sean durables: y de aquí se sigue, que habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca: así que no debes congojarte por las desgracias que á mí me suceden, pues á tí no te cabe parte de ellas.—¿Cómo no? respondió Sancho: ¿por ventura el que ayer mantearon era otro que el hijo de mi padre? ¿Y las alforjas que hoy me faltan con todas mis alhajas son de otro que del mesmo?—¿Qué, te faltan las alforjas, Sancho? dijo Don Quijote.—Sí que me faltan, respondió Sancho.—Dese modo no tenemos que comer hoy, replicó Don Quijote.—Eso fuera, respondió Sancho, cuando faltaran por estos prados las yerbas que vuestra merced dice que conoce, con que suelen suplir semejantes faltas los tan mal aventurados caballeros andantes como vuestra merced es.—Con todo eso, respondió Don Quijote, tomara yo ahora mas aina un cuartal de pan, ó una hogaza y dos cabezas de sardinas arenques, que cuantas yerbas describe Dioscórides, aunque fuera el ilustrado por el doctor Laguna. Mas con todo esto, sube en tu jumento, Sancho el bueno, y vente tras mí; que Dios que es proveedor de todas las cosas, no nos ha de faltar, y mas andando tan en su servicio como andamos; pues no falta á los mosquitos del aire, ni á los gusanillos de la tierra, ni á los renacuajos del agua; y es tan piadoso, que hace salir su sol sobre los buenos y malos, y llueve sobre los injustos y justos.—Mas bueno era vuestra merced, dijo Sancho, para predicador que para caballero andante.—De todo sabian y han de saber los caballeros andantes, Sancho, dijo Don Quijote, porque caballero andante hubo en los pasados siglos, que así se paraba á hacer un sermon ó plática en mitad de un campo real, como si fuera graduado por la Universidad de Paris: de donde se infiere, que nunca la lanza embotó la pluma, ni la pluma la lanza.—Ahora bien, sea así como vuestra merced dice, respondió Sancho, vamos ahora de aquí, y procuremos donde alojar esta noche, y quiera Dios que sea en parte donde no haya mantas, ni manteadores, ni fantasmas, ni moros encantados: que si los hay, daré al diablo el hato y el garabato.—Pídeselo tú á Dios, hijo, dijo Don Quijote, y guia tú por donde quisieres, que esta vez quiero dejar á tu eleccion el alojarnos. Pero dame acá la mano, y atiéntame con el dedo, y mira bien cuantos dientes y muelas me faltan deste la-