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CAPÍTULO XXII.
cual se me representa á mí ahora en la memoria, de manera que me está diciendo, persuadiendo y aun forzando, que muestre con vosotros el efecto para que el cielo me arrojó al mundo, y me hizo profesar en él la órden de caballería que profeso, y el voto que en ella hice de favorecer á los menesterosos y opresos de los mayores; pero porque sé que una de las partes de la prudencia es, que lo que se puede hacer por bien no se haga por mal, quiero rogar á estos señores guardianes y comisario, sean servidos de desataros y dejaros ir en paz, que no faltarán otros que sirvan al rey en mejores ocasiones, porque me parece duro caso hacer esclavos á los que Dios y naturaleza hizo libres: cuánto mas, señores guardas, añadió Don Quijote, que estos pobres no han cometido nada contra vosotros, allá se lo haya cada uno con su pecado, Dios hay en el cielo que no se descuida de castigar al malo, ni de premiar al bueno, y no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres, no yéndoles nada en ello. Pido esto con esta mansedumbre y sosiego, porque tenga, si lo cumplis, algo que agradeceros; y cuando de grado no lo hagais, esta lanza y esta espada con el valor de mi brazo, harán que lo hagais por fuerza.—Donosa majadería, respondió el comisario: bueno está el donaire con que ha salido á cabo de rato: los forzados del rey quiere que le dejemos, como si tuviéramos autoridad para soltarlos, ó él la tuviera para mandárnoslo: váyase vuestra merced, señor, norabuena su camino adelante, y enderécese ese bacin que trae en la cabeza, y no ande buscando tres piés al gato.—Vos sois el gato, y el rato, y el bellaco, respondió Don Quijote: y diciendo y haciendo, arremetió con él tan presto, que sin que tuviese lugar de ponerse en defensa, dió con él en el suelo mal herido de una lanzada, y avínole bien, que este era el de la escopeta. Las demas guardas quedaron atónitas y suspensas del no esperado acontecimiento; pero volviendo sobre sí, pusieron mano á sus espadas los de á caballo, y los de á pié á sus dardos, y arremetieron á Don Quijote, que con mucho sosiego los aguardaba: y sin duda lo pasara mal, si los galeotes viendo la ocasion que se les ofrecia de alcanzar libertad, no la procuraran, procurando romper la cadena donde venian ensartados. Fué la revuelta de manera, que las guardas, ya por acudir á los galeotes que se desataban, ya por acometer á Don Quijote que los acometia, no hicieron cosa que fuese de provecho. Ayudó Sancho por su parte á la soltura de Gines de Pasamonte, que fué el primero que saltó en la campaña libre y desembarazado, y arremetiendo al