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CAPÍTULO XXIII.
del brebage, las bendiciones de las estacas, las puñadas del arriero, la falta de las alforjas, el robo del gaban, y toda la hambre, sed y cansancio que habia pasado en servicio de su buen señor, pareciéndole que estaba mas que rebien pagado con la merced recebida de la entrega del hallazgo. Con gran deseo quedó el caballero de la Triste Figura de saber quién fuese el dueño de la maleta, conjeturando por el soneto y carta, por el dinero en oro, y por las tan buenas camisas, que debia de ser de algun principal enamorado, á quien desdenes y malos tratamientos de su dama debian de haber conducido á algun desesperado término; pero como por aquel lugar inhabitable y escabroso no parecia persona alguna de quien poder informarse, no se curó de mas que de pasar adelante, sin llevar otro camino que aquel que Rocinante queria, que era por donde él podia caminar, siempre con imaginacion que no podia faltar por aquellas malezas alguna estraña aventura. Yendo pues con este pensamiento, vió que por cima de una montañuela que delante de los ojos se le ofrecia, iba saltando un hombre de risco en risco y de mata en mata con estraña ligereza: figurósele que iba desnudo, la barba negra y espesa, los cabellos muchos y rebultados, los piés descalzos y las piernas sin cosa alguna: los muslos cubrian unos calzones, al parecer de terciopelo leonado; mas tan hechos pedazos, que por muchas partes se le descubrian las carnes: traia la cabeza descubierta, y aunque pasó con la ligereza que se ha dicho, todas estas menudencias miró y notó el caballero de la Triste Figura: y aunque lo procuró, no pudo seguille, porque no era dado á la debilidad de Rocinante andar por aquellas asperezas, y mas siendo él de suyo pasicorto y flemático. Luego imaginó Don Quijote que aquel era el dueño del cojin y de la maleta, y propuso en sí de buscalle, aunque supiese andar un año por aquellas montañas hasta hallarle: y así mandó á Sancho que se apease del asno y atajase por la una parte de la montaña, que él iria por la otra, y podria ser que topasen con esta diligencia con aquel hombre que con tanta priesa se les habia quitado de delante.—No podré hacer eso, respondió Sancho, porque en apartándome de vuestra merced, luego es conmigo el miedo, que me asalta con mil géneros de sobresaltos y visiones: y sírvale esto que digo de aviso, para que de aquí adelante no me aparte un dedo de su presencia.—Así será, dijo el de la Triste Figura, y yo estoy muy contento de que te quieras valer de mi ánimo, el cual no te ha de faltar, aunque te falte el ánima del cuerpo: vente ahora tras mí poco á poco, ó como pudieres, y haz