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VIDA Y ESCRITOS

los Moros, y allí fué donde se impuso en las costumbres de los estudiantes que retrató tan al vivo en varios pasos de sus obras, y con especialidad en la segunda parte del Quijote y en dos de sus mejores novelas, el Licenciado Vidriera y la Tia Fingida. Aparece luego despues en la escuela de un humanista harto conocido y llamado Juan Lopez de Hoyos. Encargó el ayuntamiento de Madrid á este catedrático, que compusiera las alegorías y rótulos que debian realzar, en la iglesia de las Descalzas Reales, el mausoleo de la reina Isabel de Valois, cuando se le tributaron ecsequias magníficas en el año 1568. Ausiliaron á Hoyos algunos de sus alumnos aventajados, y entre estos aparece el primero Cervantes. En la Relacion publicada por aquel profesor, quien refiere la enfermedad, la muerte y los funerales de la reina, menciona como obra de Cervantes, á quien repetidamente llama su querido y amado discípulo, el primer epitafio en forma de soneto, cuatro redondillas, una copla castellana, y en fin, un elegía en tercetos, compuesta en nombre de toda la escuela, dedicada al cardenal Don Diego de Espinosa, presidente del consejo de Castilla é inquisidor general.

Merecieron aceptacion estos ensayos; y con sus ínfulas escolares, compuso el poema de Filena, varios sonetos, algunos romances, y en fin, rimas ó poesías varias, partos de que hace mencion al fin de su vida, en el viage al Parnaso; pero de los cuales solo queda esta memoria.

Sobrevino por entonces en el palacio de Felipe II aquella tragedia misteriosa, cuyo desenlace doble fué la muerte del príncipe Don Cárlos y de la reina Isabel, que le sobrevivió tan solo dos meses. Envió luego el papa Pio V un nuncio á Madrid, para dar el pésame al rey de España, é instar á vueltas de esta embajada de ceremonia, por ciertos derechos de la iglesia denegados por Felipe en sus dominios de Italia. Era el nuncio un prelado romano llamado Julio Aquaviva, hijo del duque de Atri, quien obtuvo el capelo á su regreso de España. No cabia que su venida fuese del agrado de Felipe, quien tenia mandado terminantemente que nadie, príncipe ó súbdito, le hablase de la muerte de su hijo, y embargado como estaba en sus devociones, nunca cejó sobre punto alguno ante la corte de Roma; y por tanto fué muy breve la mansion del legado en Madrid, dándole á los dos meses, el 2 de Diciembre de 1568, su pasaporte, ceñido á su regreso inmediato é imprescindible por Valencia y Barcelona. El mismo Cervantes afirma que sirvió en Roma al cardenal Aquaviva en clase de camarero, y así es de suponer que el nuncio, á quien pudieron presentar á Cervantes como uno de los poetas del catafalco de la reina, se prendó de sus circunstancias, y condolido de su desamparo, no menos que de su talento, tuvo á bien admitirle en lo que llamaban á la sazon la familia de un grande, por no apellidarle criado. Era por lo demas estilo corriente, pues muchos hidalgos españoles, sin aprension alguna de mengua, se solian avenir al servicio de la púrpura romana, ya para viajar de balde por Italia, ya para lograr algunas ventajas con la privanza de sus amos.

Entonces fué cuando Cervantes atravesó por Valencia y Barcelona, que suele encarecer en sus escritos, como tambien las provincias meridionales de Francia, descritas en su Galatea; pues aquella fué la única temporada en que pudo ver aquel pais.

En medio del ocio y descanso que le proporcionaria la antesala del prelado romano, y la coyuntura todavía mas preciosa para engolfarse en su aficion de poeta, paró poco Cervantes en aquella colocacion, pues se alistó desde el año siguiente, 1569, en las tropas españolas que estaban acuarteladas por Italia. No habia para los hidalgos menesterosos mas carrera que la de la iglesia ó la de las armas: esta fué la que antepuso Cervantes, y sentó plaza de soldado. No tenia esta voz idénticamente el mismo sentido que ahora, pues venia á ser un ínfimo grado militar, del cual se ascendia al de alférez, y tal vez á la clase de capitan; y así no se admitia á todo viniente, y era lo que se entendia entonces por sentar plaza.

El momento era adecuado para los alientos de Cervantes, pues en la contienda que se acababa de entablar iban á estrellarse la cristiandad y el islamismo. Selim II, atropellando tratados, invadió en medio de la paz la isla de Chipre, posesion de los venecianos. Imploraron estos el ausilio del papa Pio V, quien incorporó luego sus galeras y las de España, á las órdenes de Marco Antonio Colona, con las de Venecia. La armada entera dió la vela, á principios del verano de 1570, para los mares de Levante, con el intento de atajar la carrera al enemigo comun; mas se malogró la campaña por desavenencias é irresoluciones de los caudillos confederados. Tomaron los turcos á Nicosia por asalto, fueron estendiendo sus conquistas por toda la isla, y las escuadras cristianas, averiadas con las tormentas, tuvieron que aportar en los parages de donde habian salido. Hallábanse, entre las cuarenta y nueve galeras españolas incorporadas con las del papa al mando superior de Juan Andres Doria, las veinte galeras de Nápoles mandadas por el marques de Santa Cruz. Se habian reforzado sus tripulaciones con cinco mil