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DON QUIJOTE.
ce, pues para lo que yo le quiero, tanta filosofia sabe y mas que Aristóteles: así que, Sancho, por lo que yo quiero á Dulcinea del Toboso, tanto vale como la mas alta princesa de la tierra: sí que no todos los poetas que alaban damas debajo de un nombre que ellos á su albedrio les ponen, es verdad que las tienen. ¿Piensas tú que las Amaríles, las Fíles, las Silvias, las Dianas, las Galateas, las Alidas, y otras tales de que los libros, los romances, las tiendas de los barberos, los teatros de las comedias están llenos, fueron verdaderamente damas de carne y hueso, y de aquellos que las celebran y celebraron? No por cierto, sino que las mas se las fingen por dar subjeto á sus versos, y porque los tengan por enamorados y por hombres que tienen valor para serlo, y así bástame á mí pensar y creer que la buena de Aldonza Lorenzo es hermosa y honesta, y en lo del linage importa poco, que no han de ir á hacer la informacion dél para darle algun hábito, y yo me hago cuenta que es la mas alta princesa del mundo; porque has de saber, Sancho, si no lo sabes, que dos cosas solas incitan á amar mas que otras, que son la mucha hermosura y la buena fama, y estas dos cosas se hallan consumadamente en Dulcinea, porque en ser hermosa ninguna le iguala, y en la buena fama pocas le llegan: y para concluir con todo, yo imagino que todo lo que digo es así, sin que sobre ni falte nada, y píntola en mi imaginacion como la deseo, así en la belleza como en la principalidad, y ni la llega Helena, ni la alcanza Lucrecia, ni otra alguna de las famosas mugeres de las edades pretéritas, griega, bárbara ó latina: y diga cada uno lo que quisiere, que si por esto fuere reprehendido de los ignorantes, no seré castigado de los rigurosos.—Digo que en todo tiene vuestra merced razon, respondió Sancho, y que soy un asno. Mas no sé yo para qué nombro asno en mi boca, pues no se ha de meter la soga en casa del ahorcado; pero venga la carta, y adios, que me mudo. Sacó el libro de memoria Don Quijote, y apartándose á una parte, con mucho sosiego comenzó á escribir la carta, y en acabándola, llamó á Sancho y le dijo, que se la queria leer porque la tomase de memoria, si acaso se le perdiese por el camino, porque de su desdicha todo se podia temer. A lo cual respondió Sancho: Escríbala vuestra merced dos ó tres veces ahí en el libro, y démele, que yo le llevaré bien guardado: porque pensar que yo la he de tomar en la memoria, es disparate, que la tengo tan mala, que muchas veces se me olvida como me llamo; pero con todo eso dígamela