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CAPÍTULO XXVI.
en saliendo al camino real, se puso en busca del Toboso, y otro dia llegó á la venta donde le habia sucedido la desgracia de la manta; y no la hubo bien visto cuando le pareció que otra vez andaba en los aires, y no quiso entrar dentro, aunque llegó á hora que lo pudiera y debiera hacer por ser la del comer, y llevar en deseo de gustar algo caliente, que habia grandes dias que todo era fiambre: esta necesidad le forzó á que llegase junto á la venta, todavía dudoso si entraria ó no. Y estando en esto, salieron de la venta dos personas que luego le conocieron, y dijo el uno al otro:—Dígame, señor licenciado, ¿aquel del caballo no es Sancho Panza, el que dijo el amo de nuestro aventurero que habia salido con su señor por escudero?—Sí es, dijo el licenciado, y aquel es el caballo de nuestro Don Quijote: y conociéronle tan bien, como aquellos que eran el cura y el barbero de su mismo lugar, y los que hicieron el escrutinio y acto general de los libros: los cuales así como acabaron de conocer á Sancho Panza y á Rocinante, deseosos de saber de Don Quijote, se fueron á él, y el cura le llamó por su nombre, diciéndole: Amigo Sancho Panza, ¿adónde queda vuestro amo? Conociólos luego Sancho Panza, y determinó de encubrir el lugar, y la suerte donde, y como su amo quedaba: y así les respondió que su amo quedaba ocupado en cierta parte, y en cierta cosa que le era de mucha importancia, la cual él no podia descubrir por los ojos que en la cara tenia.—No, no, dijo el barbero, Sancho Panza, si vos no decis donde queda, imaginaremos, como ya imaginamos, que vos le habeis muerto y robado, pues venis encima de su caballo: en verdad, que nos habeis de dar el dueño del rocin, ó sobre eso morena.—No hay para qué conmigo amenazas, que yo no soy hombre que robo ni mato á nadie, á cada uno mate su ventura, ó Dios que le hizo: mi amo queda haciendo penitencia en la mitad desta montaña muy á su sabor: y luego de corrida y sin parar les contó de la suerte que quedaba, las aventuras que le habian sucedido, y como llevaba la carta á la señora Dulcinea del Toboso, que era la hija de Lorenzo Corchuelo, de quien estaba enamorado hasta los hígados. Quedaron admirados los dos de lo que Sancho Panza les contaba, y aunque ya sabian la locura de Don Quijote y el género della, siempre que la oian se admiraban de nuevo: pidiéronle á Sancho Panza que les enseñase la carta que llevaba á la señora Dulcinea del Toboso. El dijo que iba escrita en un libro de memoria, y que era órden de su señor que la hiciese trasladar en papel en el primer lugar que llegase. A lo cual dijo el cura que se la mostra-
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