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CAPÍTULO XXVI.
poco gustaron los dos de ver la buena memoria de Sancho Panza, y alabáronsela mucho, y le pidieron que dijese la carta otras dos veces, para que ellos ansimesmo la tomasen de memoria, y para trasladalla á su tiempo. Tornóla á decir Sancho otras tres veces, y otras tantas volvió á decir otros tres mil disparates. Tras esto contó asimesmo las cosas de su amo; pero no habló palabra acerca del manteamiento que le habia sucedido en aquella venta, en la cual rehusaba entrar. Dijo tambien como su señor, en trayendo que le trujese buen despacho de la señora Dulcinea del Toboso, se habia de poner en camino á procurar como ser emperador, ó por lo menos monarca, que así lo tenian concertado entre los dos, y era cosa muy fácil venir á serlo, segun era el valor de su persona y la fuerza de su brazo; y que en siéndolo, le habia de casar á él, porque ya seria viudo, que no podia ser menos, y le habia de dar por muger una doncella de la emperatriz, heredera de un rico y grande estado de Tierrafirme, sin ínsulos ni ínsulas, que ya no las queria. Decia esto Sancho con tanto reposo, limpiándose de cuando en cuando las narices, y con tan poco juicio, que los dos se admiraron de nuevo, considerando cuán vehemente habia sido la locura de Don Quijote, pues habia llevado tras sí el juicio de aquel pobre hombre. No quisieron cansarse en sacarle del error en que estaba, pareciéndoles que, pues no le dañaba nada la conciencia, mejor era dejarle en él, y á ellos les seria de mas gusto oir sus necedades: y así le dijeron que rogase á Dios por la salud de su señor, que cosa contingente y muy agible, era venir con el discurso del tiempo á ser emperador, como él decia, ó por lo menos arzobispo, ó otra dignidad equivalente. A lo cual respondió Sancho:—Señores, si la fortuna rodease las cosas de manera, que á mi amo le viniese en voluntad de no ser emperador, sino de ser arzobispo, querria yo saber ahora qué suelen dar los arzobispos andantes á sus escuderos.—Suélenles dar, respondió el cura, algun beneficio simple, ó curado, ó alguna sacristanía que les vale mucho de renta rentada, amen del pié de altar, que se suele estimar en otro tanto.—Para eso será menester, replicó Sancho, que el escudero no sea casado y que sepa ayudar á misa por lo menos; y si esto es así, desdichado de yo, que soy casado y no sé la primera letra del A. B. C. ¿Qué será de mí si á mi amo le da antojo de ser arzobispo y no emperador, como es uso y costumbre de los caballeros andantes?—No tengais pena, Sancho amigo, dijo el barbero, que aquí rogarémos á vuestro amo, y se lo aconsejarémos, y aun se lo