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Página:El ingenioso hidalgo Don Quijote del Mancha.djvu/335

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CAPÍTULO XXVIII.
bian qué medio se tomar para hallarla. Esto que supe, puso en bando mis esperanzas, y tuve por mejor no haber hallado á Don Fernando, que no hallarle casado, pareciéndome que aun no estaba del todo cerrada la puerta á mi remedio, dándome yo á entender que podria ser que el cielo hubiese puesto aquel impedimento en el segundo matrimonio, por atraerle á conocer lo que al primero debia, y á caer en la cuenta de que era cristiano, y que estaba mas obligado á su alma que á los respetos humanos. Todas estas cosas revolvia en mi fantasía, y me consolaba sin tener consuelo, fingiendo unas esperanzas largas y desmayadas, para entretener la vida que ya aborrezco. Estando pues en la ciudad, sin saber qué hacerme, pues á Don Fernando no hallaba, llegó á mis oidos un público pregon, donde se prometia grande hallazgo á quien me hallase, dando las señas de la edad y del mesmo trage que traia, y oí decir, que se decia, que me habia sacado de casa de mis padres el mozo que conmigo vino, cosa que me llegó al alma, por ver cuan de caida andaba mi crédito, pues no bastaba perderle con mi venida, sino añadir el con quien, siendo subjeto tan bajo y tan indigno de mis buenos pensamientos. Al punto que oí el pregon, me salí de la ciudad con mi criado, que ya comenzaba á dar muestras de titubear en la fe que de fidelidad me tenia prometida, y aquella noche nos entramos por lo espeso desta montaña con el miedo de no ser hallados; pero como suele decirse que un mal llama á otro, y que el fin de una desgracia suele ser principio de otra mayor, así me sucedió á mí, porque mi buen criado, hasta entonces fiel y seguro, así como me vió en esta soledad, incitado de su mesma bellaquería antes que de mi hermosura, quiso aprovecharse de la ocasion que á su parecer estos yermos le ofrecian, y con poca vergüenza y menos temor de Dios ni respeto mio, me requirió de amores; y viendo que yo con feas y justas palabras respondia á las desvergüenzas de sus propósitos, dejó aparte los ruegos de quien primero pensó aprovecharse, y comenzó á usar de la fuerza; pero el justo cielo, que pocas ó ningunas veces deja de mirar y favorecer á las justas intenciones, favoreció las mias de manera, que con mis pocas fuerzas y con poco trabajo dí con él por un derrumbadero, donde le dejé, ni sé si muerto ó si vivo; y luego, con mas ligereza que mi sobresalto y cansancio pedian, me entré por estas montañas, sin llevar otro pensamiento ni otro designio que esconderme en ellas, y huir de mi padre y de aquellos que de su parte me andaban buscando: con este deseo ha no sé cuantos meses que entré en ellas,