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DON QUIJOTE.
ciendo esto tenia abrazado por la rodilla de la pierna izquierda á Don Quijote. El cual, espantado de lo que veia y oia decir y hacer á aquel hombre, se le puso á mirar con atencion, y al fin le conoció y quedó como espantado de verle, y hizo grande fuerza para apearse; mas el cura no lo consintió, por lo cual Don Quijote decia: Déjeme vuestra merced, señor licenciado, que no es razon que yo esté á caballo, y una tan reverenda persona como vuestra merced esté á pié.—Eso no consentiré yo en ningún modo, dijo el cura, estése la vuestra grandeza á caballo, pues estando á caballo acaba las mayores fazañas y aventuras que en nuestra edad se han visto, que á mí, aunque indigno sacerdote, bastaráme subir en las ancas de una destas mulas destos señores que con vuestra merced caminan, si no lo han por enojo, y aun haré cuenta que voy caballero sobre el caballo Pegaso, ó sobre la zebra ó alfana[1], en que cabalgaba aquel famoso moro Muzaraque, que aun hasta ahora yace encantado en la gran cuesta Zulema, que dista poco de la gran Compluto. Aun no caia yo en tanto, mi señor licenciado, respondió Don Quijote, y yo sé que mi señora la princesa será servida por mi amor, de mandar á su escudero dé á vuestra merced la silla de su mula, que él podrá acomodarse en las ancas, si es que ella las sufre.—Si sufre, á lo que yo creo, respondió la princesa, y tambien sé que no será menester mandárselo al señor mi escudero, que él es tan cortes y tan cortesano, que no consentirá que una persona eclesiástica vaya á pié, pudiendo ir á caballo.—Así es, respondió el barbero, y apeándose en un punto, convidó al cura con la silla, y él la tomó sin hacerse mucho del rogar: y fué el mal, que al subir á las ancas el barbero, la mula, que en efeto era de alquiler, que para decir que era mala esto basta, alzó un poco los cuartos traseros y dió dos coces en el aire, que á darlas en el pecho de maese Nicolas ó en la cabeza, él diera al diablo la venida por Don Quijote: con todo eso le sobresaltaron de manera, que cayó en el suelo con tan poco cuidado de las barbas, que se le cayeron en el suelo, y como se vió sin ellas, no tuvo otro remedio, sino acudir á cubrirse el rostro con ambas manos, y á quejarse que le habian derribado las muelas. Don Quijote, como vió todo aquel mazo de barbas sin quijadas y sin sangre lejos del rostro del escudero caido, di-
  1. La alfana es una yegua de estraordinaria grandeza, de que usaban los gigantes y otros personages caballerescos. La zebra, que tiene la ligereza del ciervo, es una especie de caballo, y el animal de mas hermosa estampa y vistosa piel que acaso se encuentra entre los cuadrúpedos: tiene la piel pintada con varias rayas, cintas ó fajas, alternando los colores de negro y blanco, y distribuidas con maravillosa simetría.