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CAPÍTULO XXIX.

jo: Vive Dios que es gran milagro este, las barbas le ha derribado y arrancado del rostro, como si las quitaran aposta. El cura, que vió el peligro que corria su invencion de ser descubierta, acudió luego á las barbas, y fuese con ellas donde yacia maese Nicolas dando aun voces todavía, y de un golpe, llegándole la cabeza á su pecho, se las puso, murmurando sobre él unas palabras, que dijo que era cierto ensalmo apropiado para pegar barbas, como lo verian, y cuando se las tuvo puestas, se apartó y quedó el escudero tan bien barbado y tan sano como de antes, de que se admiró Don Quijote sobremanera, y rogó al cura que cuando tuviese lugar le enseñase aquel ensalmo, que él entendia que su virtud á mas que pegar barbas se debia de estender, pues estaba claro que de donde las barbas se quitasen habia de quedar la carne llagada y maltrecha, y que pues todo lo sanaba, á mas que barbas aprovechaba.—Así es, dijo el cura, y prometió de enseñársele en la primera ocasion. Concertáronse que por entonces subiese el cura, y á trechos se fuesen los tres mudando, hasta que llegasen á la venta que estaria dos leguas de allí.

Puestos los tres á caballo, es á saber, Don Quijote, la princesa y el cura, y los tres á pié, Cardenio, el barbero y Sancho Panza, Don Quijote dijo á la doncella: Vuestra grandeza, señora mia, guie por donde mas gusto le diere. Y antes que ella respondiese, dijo el licenciado: ¿Ácia qué reino quiere guiar la vuestra señoría? ¿es por ventura ácia el de Micomicon? que sí debe de ser, ó yo sé poco de reinos. Ella que estaba bien en todo, entendió que habia de responder que sí, y así dijo: Sí, señor, ácia ese reino es mi camino.—Si así es, dijo el cura, por la mitad de mi pueblo hemos de pasar, y de allí tomará vuestra merced la derrota de Cartagena, donde se podrá embarcar con la buena ventura, y si hay viento próspero, mar tranquilo y sin borrasca, en poco menos de nueve años se podrá estar á vista de la gran laguna Meona, digo Meótides, que está poco mas de cien jornadas mas acá del reino de vuestra grandeza. Vuestra merced está engañado, señor mio, dijo ella, porque no ha dos años que yo partí dél, y en verdad que nunca tuve buen tiempo, y con todo eso he llegado á ver lo que tanto deseaba, que es el señor Don Quijote de la Mancha, cuyas nuevas llegaron á mis oidos así como puse los piés en España, y ellas me movieron á buscarle para encomendarme en su cortesía y fiar mi justicia del valor de su invencible brazo.—No mas, cesen mis alabanzas, dijo á esta sazon Don Quijote, porque soy enemigo de todo género de adulacion, y
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