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CAPÍTULO XXXI.

forzoso que Andres tenga paciencia hasta la vuelta, como vos, señora decis, que yo le torno á jurar y á prometer de nuevo de no parar hasta hacerle vengado y pagado. —No me creo desos juramentos, dijo Andres; mas quisiera tener agora con que llegar á Sevilla, que todas las venganzas del mundo: déme, si tiene ahí, algo que coma y lleve, y quédese con Dios su merced y todos los caballeros andantes, que tan bien andantes sean ellos para consigo, como lo han sido para conmigo. Sacó de su repuesto Sancho un pedazo de pan y otro de queso, y dándoselo al mozo, le dijo: Toma, hermano Andres, que á todos nos alcanza parte de vuestra desgracia.—¿Pues qué parte os alcanza á vos? preguntó Andres. —Esta parte de queso y pan que os doy, respondió Sancho, que Dios sabe si me ha de hacer falta ó no; porque os hago saber, amigo, que los escuderos de los caballeros andantes estamos sujetos á mucha hambre, y á la mala ventura, y aun á otras cosas que se sienten mejor que se dicen. —Andres asió de su pan y queso, y viendo que nadie le daba otra cosa, abajó su cabeza y tomó el camino en las manos, como suele decirse; bien es verdad que al partirse dijo á Don Quijote: Por amor de Dios, señor caballero andante, que si otra vez me encontrare, aunque vea que me hacen pedazos, no me socorra ni ayude, sino déjeme con mi desgracia, que no será tanta, que no sea mayor la que me vendrá de su ayuda de vuestra merced, á quien Dios maldiga, y á todos cuantos caballeros andantes han nacido en el mundo. —Ibase á levantar Don Quijote para castigalle; mas él se puso á correr de modo, que ninguno se atrevió á seguillo. Quedó corridísimo Don Quijote del cuento de Andres, y fué menester que los demas tuviesen mucha cuenta con no reirse, por no acaballe de correr del todo.