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DON QUIJOTE.

tare; no queriendo Camila darle antes cuenta de lo que pensaba hacer, temerosa que no quisiese seguir el parecer que á ella tan bueno le parecia, y siguiese ó buscase otros que no podrian ser tan buenos.

Con esto se fué Lotario; y Anselmo otro dia con la escusa de ir á aquella aldea de su amigo, se partió y volvió á esconderse, que lo pudo hacer con comodidad, porque de industria se la dieron Camila y Leonela. Escondido pues Anselmo, con aquel sobresalto que se puede imaginar que tendria el que esperaba ver por sus ojos hacer notomía de las entrañas de su honra, íbase á pique de perder el sumo bien, que él pensaba que tenia en su querida Camila. Seguras ya y ciertas Camila y Leonela, que Anselmo estaba escondido, entraron en la recámara, y apenas hubo puesto los piés en ella Camila, cuando dando un grande suspiro, dijo: ¡Ay Leonela amiga! ¿no seria mejor que antes que llegase á poner en ejecucion lo que no quiero que sepas, porque no procures estorbarlo, que tomases la daga de Anselmo que te he pedido, y pasases con ella este infame pecho mio? pero no hagas tal, que no será razon que yo lleve la pena de la agena culpa: primero quiero saber que es lo que vieron en mí los atrevidos y deshonestos ojos de Lotario, que fuese causa de darle atrevimiento á descubrirme un tan mal deseo, como es el que me ha descubierto, en desprecio de su amigo y en deshonra mia: ponte, Leonela, á esa ventana, y llámale, que sin duda alguna él debe de estar en la calle esperando poner en efeto su mala intencion; pero primero se pondrá la cruel cuanto honrada mia. —¡Ay, señora mia! respondió la sagaz y advertida Leonela, ¿y qué es lo que quieres hacer con esta daga? ¿quieres por ventura quitarte la vida, ó quitársela á Lotario? que cualquiera destas cosas que quieras, ha de redundar en pérdida de tu crédito y fama: mejor es que disimules tu agravio y no des lugar que este mal hombre entre ahora en esta casa y nos halle solas: mira, señora, que somos flacas mugeres, y él es hombre y determinado, y como viene con aquel mal propósito, ciego y apasionado, quizá antes que tú pongas en ejecucion el tuyo, hará él lo que te estaria mas mal que quitarte la vida: mal haya mi señor Anselmo, que tanta mano ha querido dar á este desuellacaras en su casa: y ya, señora, que le mates, como yo pienso que quieres hacer, ¿qué hemos de hacer dél despues de muerto? —¿Qué, amiga? respondió Camila, dejarémosle para que Anselmo le entierre, pues será justo que tenga por descargo el trabajo que tomare en poner debajo de la tierra su misma infamia: llámale, acaba, que todo el tiempo que tardo en tomar la de-