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CAPÍTULO XXXV.

las botanas que se habian de echar á los rotos cueros. Tenia el cura de las manos á Don Quijote, el cual creyendo que ya habia acabado la aventura, y que se hallaba delante de la princesa Micomicona, se hincó de rodillas delante del cura, diciendo: Bien puede la vuestra grandeza, alta y fermosa señora, vivir de hoy mas segura que le pueda hacer mal esta mal nacida criatura; y yo tambien de hoy mas soy quito de la palabra que os dí, pues con ayuda del alto Dios y con el favor de aquella por quien yo vivo y respiro, tan bien la he cumplido. —¿No lo dije yo? dijo oyendo esto Sancho: sí , que no estaba yo borracho, mirad si tiene puesto ya en sal mi amo al gigante, ciertos son los toros, mi condado está de molde. ¿Quién no habia de reir con los disparates de los dos, amo y mozo? Todos reian, si no el ventero que se daba á Satanás; pero en fin, tanto hicieron el barbero, Cardenio y el cura, que con no poco trabajo dieron con Don Quijote en la cama, el cual se quedó dormido con muestras de grandísimo cansancio. Dejáronle dormir, y saliéronse al portal de la venta á consolar á Sancho Panza de no haber hallado la cabeza del gigante, aunque mas tuvieron que hacer en aplacar al ventero, que estaba desesperado por la repentina muerte de sus cueros; y la ventera decia en voz y en grito: En mal punto y en hora menguada entró en mi casa este caballero andante, que nunca mis ojos le hubieran visto, que tan caro me cuesta: la vez pasada se fué con el costo de una noche de cena, cama, paja y cebada para él y para su escudero, y un rocin y un jumento, diciendo que era caballero aventurero (que mala aventura le dé Dios á él y á cuantos aventureros hay en el mundo), y que por esto no estaba obligado á pagar nada, que así estaba escrito en los aranceles de la caballería andantesca: y ahora por su respeto vino estotro señor y me llevó mi cola, y hámela vuelto con mas de dos cuartillos de daño, toda pelada, que no puede servir para lo que la quiere mi marido; y por fin y remate de todo, romperme mis cueros y derramarme mi vino, que derramada le vea yo su sangre: pues no se piense, que por los huesos de mi padre y por el siglo de mi madre, si no me lo han de pagar un cuarto sobre otro, ó no me llamaria yo como me llamo, ni seria hija de quien soy. Estas y otras razones tales decia la ventera con grande enojo, y ayudábala su buena criada Maritórnes. La hija callaba, y de cuando en cuando se sonreia. El cura lo sosegó todo, prometiendo de satisfacerles su pérdida lo mejor que pudiese, así de los cueros como del vino, y principalmente del menoscabo de la cola, de quien tanta cuenta ha-