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CAPÍTULO XXXVI.

lo merecen los leales servicios, que como buenos vasallos á los tuyos siempre han hecho; y si te parece que has de aniquilar tu sangre por mezclarla con la mia, considera que pocas ó ninguna nobleza hay en el mundo que no haya corrido por este camino, y que la que se toma de las mugeres, no es la que hace al caso en las ilustres descendencias: cuanto mas que la verdadera nobleza consiste en la virtud, y si esta á tí te falta, negándome lo que tan justamente me debes, yo quedaré con mas ventajas de noble, que las que tú tienes: en fin, señor, lo que últimamente te digo es, que quieras ó no quieras, yo soy tu esposa, testigo son tus palabras, que no han, ni deben ser mentirosas, si ya es que te precias de aquello porque me desprecias[1]: testigo será la firma que hiciste, y testigo el cielo á quien tú llamaste por testigo de lo que me prometias: y cuando todo esto falte, tu misma conciencia no ha de faltar de dar voces callando en mitad de tus alegrías, volviendo por esta verdad que te he dicho, y turbando tus mejores gustos y contentos. Estas y otras razones dijo la lastimada Dorotea con tanto sentimiento y lágrimas, que los mismas que acompañaban á Don Fernando, y cuantos presentes estaban, la acompañaron en ellas. Escuchóla Don Fernando sin replicalle palabra, hasta que ella dió fin á las suyas, y principio á tantos sollosos y suspiros, que bien habia de ser corazon de bronce el que con muestras de tanto dolor no se enterneciera. Mirándola estaba Luscinda, no menos lastimada de su sentimiento, que admirada de su mucha discrecion y hermosura; y aunque quisiera llegarse á ella y decirle algunas palabras de consuelo, no la dejaban los brazos de Don Fernando que apretada la tenian, el cual, lleno de confusion y espanto, al cabo de un buen espacio que atentamente estuvo mirando á Dorotea, abrió los brazos, y dejando libre á Luscinda, dijo: Venciste, hermosa Dorotea, venciste porque no es posible tener ánimo para negar tantas verdades juntas. Con el desmayo que Luscinda habia tenido, así como la dejó Don Fernando, iba á caer en el suelo; mas hallándose Cardenio allí junto, que á las espaldas de Don Fernando se habia puesto porque no le conociese, pospuesto todo temor, y aventurando á todo riesgo, acudió á sostener á Luscinda, y cogiéndola entre sus brazos, le dijo: Si el piadoso cielo gusta y quiere que ya tengas algun descanso, leal, firme y hermosa señora mia, en ninguna parte

creo yo que le tendrás mas seguro, que en estos brazos que ahora

  1. La nobleza que podía echar menos en Dorotea.