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Página:El ingenioso hidalgo Don Quijote del Mancha.djvu/458

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DON QUIJOTE.

de serviros y acompañaros, respondió Don Quijote, y agradezco mucho la merced que se me hace, y la buena opinion que de mí se tiene, la cual procuraré que salga verdadera, ó me costará la vida, y aun mas, si mas costarme puede. Muchas palabras de comedimiento y muchos ofrecimientos pasaron entre Don Quijote y Don Fernando; pero á todo puso silencio un pasagero que en aquella sazon entró en la venta, el cual en su trage mostraba ser cristiano recien venido de tierra de moros, porque venia vestido con una casaca de paño azul, corta de faldas, con medias mangas y sin cuello, los calzones eran asimesmo de lienzo azul, con bonete de la misma color: traia unos borceguíes datilados y un alfange morisco puesto en un tahalí, que le atravesaba el pecho. Entró luego tras él, encima de un jumento una muger á la morisca vestida, cubierto el rostro, con una toca en la cabeza: traia un bonetillo de brocado, y vestida una almalafa que desde los hombros á los pies le cubria. Era el hombre de robusto y agraciado talle, de edad de poco mas de cuarenta años, algo moreno de rostro, largo de bigotes y la barba muy bien puesta: en resolucion, él mostraba en su apostura, que si estuviera bien vestido, le juzgaran por persona de calidad y bien nacida. Pidió, entrando un aposento, y como le dijeron que en la venta no le habia, mostró recebir pesadumbre, y llegándose á la que en el trage parecia mora, la apeó en sus brazos. Luscinda, Dorotea, la ventera, su hija y Maritórnes, llevadas del nuevo y para ellas nunca visto trage, rodearon á la mora, y Dorotea que siempre fué agraciada, comedida y discreta, pareciéndole que así ella como el que la traia, se congojaban por la falta del aposento, le dijo: No os dé mucha pena, señora mia, la incomodidad de regalo que aquí falta, pues es propio de ventas no hallarse en ellas; pero con todo esto, si gustáredes de pasar con nosotras, señalando á Luscinda, quizá en el discurso deste camino habréis hallado otros no tan buenos acogimientos. No respondió nada á esto la embozada, ni hizo otra cosa, que levantarse de donde sentado se habia, y puestas entrambas manos cruzadas sobre el pecho, inclinada la cabeza dobló el cuerpo en señal de que lo agradecia. Por su silencio imaginaron que sin duda alguna debia de ser mora, y que no sabia hablar cristiano. Llegó en esto el captivo, que entendiendo en otra cosa hasta entonces habia estado, y viendo que todas tenian cercada á la que con él venia, y que ella á cuanto le decian callaba, dijo: Señoras mias, esta doncella apenas entiende mi lengua, ni sabe hablar otra ninguna, sino conforme á