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Página:El ingenioso hidalgo Don Quijote del Mancha.djvu/463

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CAPÍTULO XXXVII.

cutallos mucho entendimiento: ó como si no trabajase el ánimo del guerrero que tiene á su cargo un ejército, ó la defensa de una ciudad sitiada, así con el espíritu como con el cuerpo. Si no véase, si se alcanza con las fuerzas corporales á saber y conjeturar el intento del enemigo, los designios, las estratagemas, las dificultades, el prevenir los daños que se temen, que todas estas cosas son acciones del entendimiento, en quien no tiene parte alguna el cuerpo. Siendo pues ansí, que las armas requieren espíritu como las letras, veamos ahora cual de los dos espíritus, el del letrado, ó el del guerrero trabaja mas: y esto se vendrá á conocer por el fin y paradero á que cada uno se encamina, porque aquella intencion se ha de estimar en mas que tiene por objeto mas noble fin. Es el fin y paradero de las letras (y no hablo ahora de las divinas, que tienen por blanco llevar y encaminar las almas al cielo, que á un fin tan sin fin como este ninguno otro se le puede igualar) hablo de las letras humanas, que es su fin poner en su punto la justicia distributiva, y dar á cada uno lo que es suyo, entender y hacer que las buenas leyes se guarden: fin por cierto generoso y alto, y digno de grande alabanza; pero no de tanta como merece aquel á que las armas atienden, las cuales tienen por objeto y fin, la paz, que es el mayor bien que los hombres pueden desear en esta vida: y así las primeras buenas nuevas que tuvo el mundo, y tuvieron los hombres, fueron las que dieron los ángeles la noche que fué nuestro día, cuando cantaron en los aires: Gloria sea en las alturas, y paz en la tierra á los hombres de buena voluntad: y la salutacion que el mejor maestro de la tierra y del cielo, enseñó á sus allegados y favorecidos, fué decirles, que cuando entrasen en alguna casa dijesen: Paz sea en esta casa: y otras muchas veces les dijo: Mi paz os doy, mi paz os dejo, paz sea con vosotros: bien como joya y prenda dada y dejada de tal mano, joya que sin ella en la tiera, ni en el cielo puede haber bien alguno. Esta paz es el verdadero fin de la guerra, que lo mesmo es decir armas que guerra. Presupuesta pues, esta verdad, que el fin de la guerra es la paz, y que en esto hace ventaja al fin de las letras; vengamos ahora á los trabajos del cuerpo del letrado, y á los del profesor de las armas, y véase cuales son mayores. De tal manera y por tan buenos términos iba prosiguiendo en su plática Don Quijote, que obligó á que por entonces ninguno de los que escuchándole estaban le tuviesen por loco; antes como todos los mas eran caballeros, á quien son anecsas las armas, le escuchaban da muy buena gana, y él prosiguió