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CAPÍTULO XLI.

rayda quisiese: la cual ya volvia cargada con un cofrecillo lleno de escudos de oro, tantos que apenas los podia sustentar. Quiso la mala suerte, que su padre despertase en el ínterin, y sintiese el ruido que andaba en el jardin, y asomándose á la ventana, luego conoció que todos los que en él estaban eran cristianos, y dando muchas, grandes y desaforadas voces, comenzó á decir en arábigo: Cristianos, cristianos, ladrones, ladrones, por los cuales gritos nos vimos todos puestos en grandísima y temerosa confusion; pero el renegado viendo el peligro en que estábamos, y lo mucho que le importaba salir con aquella empresa antes de ser sentido, con grandísima presteza subió donde Agimorato estaba, y juntamente con él fueron algunos de nosotros, que yo no osé desamparar á la Zorayda, que como desmayada se habia dejado caer en mis brazos. En resolucion, los que subieron se dieron tan buena maña, que en un momento bajaron con Agimorato, trayéndole atadas las manos y puesto un pañizuelo en la boca, que no le dejaba hablar palabra, amenazándole, que el hablarla le habia de costar la vida. Cuando su hija le vió, se cubrió los ojos por no verle, y su padre quedó espantado, ignorando cuán de su voluntad se habia puesto en nuestras manos; mas entonces siendo mas necesarios los piés, con diligencia y presteza nos pusimos en la barca, que ya los que en ella habian quedado nos esperaban, temerosos de algun mal suceso nuestro. Apenas serian dos horas pasadas de la noche, cuando ya estábamos todos en la barca, en la cual se le quitó al padre de Zorayda la atadura de las manos y el paño de la boca; pero tornole á decir el renegado que no hablase palabra, que le quitarian la vida. El como vió allí á su hija comenzó á suspirar ternísimamente, y mas cuando vió que yo estrechamente la tenia abrazada, y que ella sin defenderse, quejarse, ni esquivarse, se estaba queda, pero con todo esto callaba, porque no pusiesen en efecto las muchas amenazas que el renegado le hacia. Viéndose pues Zorayda ya en la barca, y que queriamos dar los remos á la agua, y viendo allí á su padre y á los demas moros que atados estaban, le dijo al renegado, que me dijese le hiciese merced de soltar á aquellos moros, y dar libertad á su padre, porque antes se arrojaria en la mar, que ver delante de sus ojos y por causa suya llevar cautivo á un padre que tanto le habia querido. El renegado me lo dijo, y yo respondí que era muy contento, pero él respondió, que no convenia, á causa que si allí los dejaban, apellidarían luego la tierra, y alborotarian la ciudad, y serian causa de que saliesen á buscallos con al-