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CAPÍTULO XLIII.

CAPÍTULO XLIII.

Donde se cuenta la agradable historia del mozo de mulas, con otros estraños
acaecimientos en la venta sucedidos.


Marinero soy de amor,
Y en su piélago profundo
Navego sin esperanza
De llegar á puerto alguno.

Siguiendo voy á una estrella,
Que desde lejos descubro,
Mas bella y resplandeciente,
Que cuantas vió Palinuro.

Yo no sé adonde me guia,
Y así navego confuso,
El alma á mirarla atenta.
Cuidadosa y con descuido.

Recatos impertinentes,
Honestidad contra el uso
Son nubes que me la encubren.
Cuando mas verla procuro.

¡O clara y luciente estrella.
En cuya lumbre me apuro!
Al punto que te me encubras,
Será de mi muerte el punto.

Llegando el que cantaba á este punto, le pareció á Dorotea, que no seria bien que dejase Clara de oir una tan buena voz, y así moviéndola á una y otra parte la despertó diciéndole: Perdóname, niña, que te despierto, pues lo hago porque gustes de oir la mejor voz, que quizá habrás oido en toda tu vida. Clara despertó toda soñolienta, y de la primera vez no entendió lo que Dorotea le decia, y volviéndoselo á preguntar ella, se lo volvió á decir, por lo cual estuvo atenta Clara; pero apenas hubo oido dos versos, que el que