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CAPÍTULO XLIV.

gencias, puesto que bien creyó que buscaban aquel mozo cuyas señas le habian dado. Ya á esta sazon aclaraba el dia, y así por esto como por el ruido que Don Quijote habia hecho, estaban todos despiertos y se levantaban, especialmente Doña Clara y Dorotea, que la una con el sobresalto de tener tan cerca á su amante, y la otra con el deseo de verle, habian podido dormir bien mal aquella noche. Don Quijote, que vió que ninguno de los cuatro caminantes hacia caso de él, ni le respondian á su demanda, moria y rabiaba de despecho y saña: y si él hallara en las ordenanzas de su caballería, que lícitamente podia el caballero andante tomar y emprender otra empresa, habiendo dado su palabra y fe de no ponerse en ninguna, hasta acabar la que habia prometido, él embistiera con todos, y les hiciera responder mal de su grado; pero por parecerle no convenirle, ni estarle bien comenzar nueva empresa, hasta poner á Micomicona en su reino, hubo de callar y estarse quedo, esperando á ver en qué paraban las diligencias de aquellos caminantes: uno de los cuales halló al mancebo que buscaba, durmiendo al lado de un mozo de mulas, bien descuidado de que nadie ni le buscase, ni menos de que le hallase. El hombre le trabó del brazo, y lo dijo: Por cierto, señor Don Luis, que responde bien á quien vos sois el hábito que teneis, y que dice bien la cama en que os hallo, al regalo con que vuestra madre os crió. Limpióse el mozo los soñolientos ojos, y miró despacio al que le tenia asido, y luego conoció que era criado de su padre, de que recibió tal sobresalto, que no acertó ó no pudo hablarle palabra por un buen espacio, y el criado prosiguió diciendo: Aquí no hay que hacer otra cosa, señor Don Luis, sino prestar paciencia y dar la vuelta á casa, si ya vuestra merced no gusta que su padre y mi señor la dé al otro mundo, porque no se puede esperar otra cosa de la pena con que queda por vuestra ausencia. —¿Pues cómo supo mi padre, dijo Don Luis, que yo venia este camino y en este trage? —Un estudiante, respondió el criado, á quien distes cuenta de vuestros pensamientos, fué el que lo descubrió, movido á lástima de las que vió que hacia vuestro padre al punto que os echó menos; y así despachó á cuatro de sus criados en vuestra busca, y todos estamos aquí á vuestro servicio, mas contentos de lo que imaginar se puede, por el buen despacho con que tornarémos, llevándoos á los ojos que tanto os quieren. —Eso será como yo quisiere, ó como el cielo lo ordenare, respondió Don Luis. —¿Qué habéis de querer, ó qué ha de ordenar el cielo fuera de consentir en volveros? Porque no