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CAPÍTULO XLIV.
si mi padre, llevado de otros designios suyos, no gustare deste bien que yo supe buscarme, mas fuerza tiene el tiempo para deshacer y mudar las cosas, que las humanas voluntades. Calló en diciendo esto el enamorado mancebo, y el oidor quedó en oirle suspenso, confuso y admirado, así de haber Oido el modo y la discrecion con que Don Luis le había descubierto su pensamiento, como de verse en punto que no sabia el que poder tomar en tan repentino y no esperado negocio: y así no respondió otra cosa, sino que se sosegase por entonces, y entretuviese á sus criados, que por aquel dia no le volviesen, porque se tuviese tiempo para considerar lo que mejor á todos estuviese. Besóle las manos por fuerza Don Luis, y aun se las bañó con lágrimas, cosa que pudiera enternecer un corazon de mármol, no solo el del Oidor, que como discreto ya habia conocido cuan bien le estaba á su hija aquel matrimonio: puesto que si fuera posible, lo quisiera efectuar con voluntad del padre de Don Luis, del cual sabia que pretendia hacer de titulo á su hijo. Ya á esta sazon estaban en paz los huéspedes con el ventero, pues por persuasion y buena razones de Don Quijote, mas que por amenazas, le habian pagado todo lo que él quiso, y los criados de Don Luis aguardaban el fin de la plática del Oidor, y la resolucion de su amo, cuando el demonio que no duerme, ordenó que en aquel mesmo punto entró en la venta el barbero á quien Don Quijote quitó el yelmo de Mambrino, y Sancho Panza los aparejos del asno, que trocó con los del suyo: el cual barbero, llevando su jumento á la caballeriza, vió á Sancho Panza que estaba aderezando no sé que de la albarda, y así como la vió la conoció, y se atrevió á arremeter á Sancho, diciendo: A Don ladrón, que aquí os tengo, venga mi bacía y mi albarda, con todos mis aparejos que me robastes. Sancho que se vió acometer tan de improviso, y oyó los vituperios que le decian, con la una mano asió de la albarda y con la otra dió un mogicon al barbero, que le bañó los dientes en sangre; pero no por esto dejó el barbero la presa que tenia hecha en el albarda, antes alzó la voz de tal manera, que todos los de la venta acudieron al ruido y pendencia, y decia: Aquí del rey y de la justicia, que sobre cobrar mi hacienda me quiere matar este ladron salteador de caminos. —Mentis, respondió Sancho, que yo no soy salteador de caminos, que en buena guerra ganó mi señor Don Quijote estos despojos. Ya estaba Don Quijote delante, con mucho contento de ver cuan bien se defendia y ofendia su escudero, y túvole desde allí adelante por hombre de pro, y propuso en su cora-
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