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DON QUIJOTE.

mesmo instante vieron salir de entre aquellas malezas una hermosa cabra, toda la piel manchada de negro, blanco y pardo: tras ella venia un cabrero dándole voces, y diciéndole palabras á su uso, para que se detuviese ó al rebaño volviese. La fugitiva cabra, temerosa y despavorida, se vino á la gente, como á favorecerse della, y allí se detuvo. Llegó el cabrero, y asiéndola de los cuernos, como si fuera capaz de discurso y entendimiento, le dijo: Ah cerrera, cerrera, manchada, manchada, ¿y cómo andais vos estos dias de pié cojo? ¿Qué lobos os espantan, hija? ¿No me diréis qué es esto, hermosa? Mas qué puede ser sino que sois hembra, y no podeis estar sosegada, que mal haya vuestra condicion, y la de todas aquellas á quien imitais. Volved, volved, amiga, que si no tan contenta, á lo menos estaréis mas segura en vuestro aprisco, ó con vuestras compañeras: que si vos que las habeis de guardar y encaminar, andais tan sin guia y descaminada, ¿en qué podrán parar ellas? Contento dieron las palabras del cabrero á los que las oyeron, especialmente al Canónigo, que le dijo: —Por vida vuestra, hermano, que os sosegueis un poco, y no os acucieis en volver tan presto esa cabra á su rebaño, que pues ella es hembra, como vos decis, ha de seguir su natural distinto, por mas que vos os pongais á estorbarlo. Tomad este bocado, y bebed una vez, con que templaréis la cólera, y en tanto descansará la cabra: y el decir esto y el darle con la punta del cuchillo los lomos de un conejo fiambre, todo fué uno. Tomólo, y agradeciólo el cabrero, bebió y sosegóse, y luego dijo: —No querria que por haber yo hablado con esta alimaña tan en seso me tuviesen vuestras mercedes por hombre simple, que en verdad que no carecen de misterio las palabras que le dije. Rústico soy; pero no tanto, que no entienda como se ha de tratar con los hombres y con las bestias. —Eso creo yo muy bien, dijo el Cura, que ya yo sé de esperiencia, que los montes crian letrados, y las cabañas de los pastores encierran filósofos. —A lo menos, señor, replicó el cabrero, acogen hombres escarmentados: y para que creais esta verdad, y la toqueis con la mano, aunque parezca que sin ser rogado me convido, si no os enfadais dello, y quereis, señores, un breve espacio prestarme oido atento, os contaré una verdad que acredite lo que ese señor (señalando al Cura) ha dicho, y la mia. A esto respondió Don Quijote: —Por ver que tiene este caso un no sé que de sombra de aventura de caballería, yo por mi parte os oiré, hermano, de muy buena gana, y así lo harán todos estos señores, por lo mucho que tienen de discretos, y de ser amigos de curiosas noveda-