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CAPÍTULO I.

Babieca el del Cid con él se igualaban. Cuatro dias se le pasaron en imaginar qué nombre le pondria: porque, segun se decia él á sí mismo, no era razon que caballo de caballero tan famoso, y tan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido; y así procuraba acomodársele de manera, que declarase quien habia sido antes que fuese de caballero andante, y lo que era entonces; pues estaba muy puesto en razon que mudando su señor estado, mudase él también el nombre, y le cobrase famoso y de estruendo, como convenia á la nueva órden y al nuevo ejercicio que ya profesaba: y así despues de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo, y tornó á hacer en su memoria é imaginacion, al fin le vino á llamar rocinante: nombre á su parecer, alto, sonoro y significativo de lo que habia sido cuando fué rocin, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo. Puesto nombre y tan á su gusto, á su caballo, quiso ponérsele á sí mismo, y en este pensamiento duró otros ocho dias, y al cabo se vino á llamar don quijote: de donde, como queda dicho, tomaron ocasion los autores desta tan verdadera historia, que sin duda se debia llamar Quijada, y no Quesada, como otros quisieron decir. Pero acordándose que el valeroso Amadis no solo se habia contentado con llamarse Amadis á secas, sino que añadió el nombre de su reino y patria, por hacerla famosa, y se llamó Amadis de Gaula, así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya, y llamarse don quijote de la mancha, con que á su parecer declaraba muy al vivo su linage y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della.

Limpias pues sus armas, hecho del morrion celada, puesto nombre á su rocin, y confirmándose á sí mismo, se dió á entender que no le faltaba otra cosa, sino buscar una dama de quien enamorarse; porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto, y cuerpo sin alma. Decíase él: Si yo por malos de mis pecados ó por mi buena suerte me encuentro por ahí con algun gigante, como de ordinario les acontece á los caballeros andantes, y le derribo de un encuentro, ó le parto por mitad del cuerpo, ó finalmente le venzo y le rindo, ¿no será bien tener á quien enviarle presentado, y que entre, y se hinque de rodillas ante mi dulce señora, y diga con voz humilde y rendida: Yo, señora, soy el gigante Caraculiambro, señor de la ínsula Malindrania, á quien venció en singular batalla el jamas como se debe alabado caballero Don Quijote de la Mancha, el cual me mandó que me presentase ante