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CAPÍTULO LII.
determinacion de defenderse, y aun ofender si pudiesen á sus acometedores; pero la fortuna lo hizo mejor que se pensaba, porque Sancho no hizo otra cosa que arrojarse sobre el cuerpo de su señor, haciendo sobre él el mas doloroso y risueño llanto del mundo, creyendo que estaba muerto. El Cura fué conocido de otro Cura, que en la procesion venia, cuyo conocimiento puso en sosiego el concebido temor de los dos escuadrones. El primer Cura dió al segundo las dos razones cuenta de quien era Don Quijote, y así él como toda la turba de los diciplinantes fueron á ver si estaba muerto el pobre caballero, y oyeron que Sancho Panza con lágrimas en los ojos decia: ¡O flor de la caballería, que con solo un garrotazo acabaste la carrera de tus tan bien gastados años! ¡ó honra de tu linage, honor y gloria de toda la Mancha, y aun de todo el mundo, el cual faltando tú en él, quedará lleno de malhechores, sin temor de ser castigados de sus malas fechorías! ¡ó liberal sobre todos los Alejandros, pues por solos ocho meses de servicio me tenias dada la mejor ínsula que el mar ciñe y rodea! ¡ó humilde con los soberbios y arrogante con los humildes, acometedor de peligros, sufridor de afrentas, enamorado sin causa, imitador de los buenos, azote de los malos, enemigo de los ruines, en fin, caballero andante, que es todo lo que decir se puede! Con las voces y gemidos de Sancho revivió Don Quijote, y la primera palabra que dijo, fué:—El que de vos vive ausente, dulcísima Dulcinea, á mayores miserias que estas está sujeto. Ayúdame, Sancho amigo, á ponerme sobre el carro encantado, que no estoy para oprimir la silla de Rocinante, porque tengo todo este hombro hecho pedazos. —Eso haré yo de muy buena gana, señor mio, respondió Sancho, y volvamos á mi aldea en compañía destos señores que su bien desean, y allí daremos órden de hacer otra salida, que nos sea de mas provecho y fama. — Bien decis, Sancho, respondió Don Quijote, y será gran prudencia dejar pasar el mal influjo de las estrellas que agora corre[1]. —El Canónigo y el Cura y Barbero le dijeron, que haria muy bien en hacer lo que decia: y así habiendo recebido grande gusto de las simplicidades de Sancho Panza, pusieron á Don Quijote en el carro, como antes venia: la procesion volvió á ordenarse y á proseguir su camino: el cabrero se despidió de todos, los cuadrilleros no quisie-
  1. En esta resolucion se conforma Don Quijote con la costumbre de otros caballeros andantes, como son Amadis de Gaula, y Esplandian, á quienes juntamente con sus señoras, tenia por su bien encantados en la Insula Firme su amiga, la maga ó bruja Urganda, hasta que pasase el mal influjo de las estrellas. (Amadis de Gaula: lib. 6, cap. 18.)