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CAPÍTULO IV.

ver la estraña figura del que las decía: y por la figura y por ellas luego echaron de ver la locura de su dueño; mas quisieron ver despacio en qué paraba aquella confesion que se les pedia, y uno dellos que era un poco burlon y muy mucho discreto, le dijo:—Señor caballero, nosotros no conocemos quien es esa buena señora que decis: mostrádnosla, que si ella fuere de tanta hermosura como significais, de buena gana y sin apremio alguno confesarémos la verdad que por parte vuestra nos es pedida.—Si os la mostrara, replicó Don Quijote, ¿qué hiciérades vosotros en confesar una verdad tan notoria? La importancia está en que sin verla lo habeis de creer, confesar, afirmar, jurar y defender: donde no, conmigo sois en batalla, gente descomunal y soberbia: que ahora vengais uno á uno, como pide la órden de caballería, ora todos juntos, como es costumbre y mala usanza de los de vuestra ralea, aquí os aguardo y espero, confiado en la razon que de mi parte tengo.—Señor caballero, replicó el mercader, suplico á vuestra merced en nombre de todos estos príncipes que aquí estamos, que, porque no encarguemos nuestras conciencias confesando una cosa por nosotros jamas vista ni oida, y mas siendo tan en perjuicio de las emperatrices y reinas de Alcarria y Estremadura, que vuestra merced sea servido de mostrarnos algun retrato de esa señora, aunque sea tamaño como un grano de trigo: que por el hilo se sacará el ovillo, y quedarémos con esto satisfechos y seguros, y vuestra merced quedará contento y pagado; y aun creo que estamos ya tan de su parte, que aunque su retrato nos muestre que es tuerta de un ojo, y que del otro le mana bermellon y piedra azufre, con todo eso, por complacer á vuestra merced dirémos en su favor todo lo que quisiere.—No le mana, canalla infame, respondió Don Quijote encendido en cólera, no le mana, digo, eso que dices, sino ámbar y algalia entre algodones, y no es tuerta ni corcovada, sino mas derecha que un huso de Guadarrama; pero vosotros pagaréis la grande blasfemia que habeis dicho contra tamaña beldad como es la de mi señora.=Y en diciendo esto, arremetió con la lanza baja contra el que lo habia dicho, con tanta furia y enojo, que si la buena suerte no hiciera que en la mitad del camino tropezara y cayera Rocinante, lo pasara mal el atrevido mercader. Cayó Rocinante, y fué rodando su amo una buena pieza por el campo, y queriéndose levantar, jamas pudo: tal embarazo le causaban la lanza, adarga, espuelas y celada, con el peso de las antiguas armas: y entretanto que pugnaba por levantarse, y no podia, estaba diciendo: Non fuyais, gente cobarde, gente