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CAPÍTULO VI.

le decir, tras la cruz está el diablo: vaya al fuego.—Tomando el barbero otro libro, dijo: Este es Espejo de caballerías.—Ya conozco á su merced, dijo el cura: ahí anda el señor Reinaldos de Montalvan con sus amigos y compañeros, mas ladrones que Caco, y los doce Pares, con el verdadero historiador Turpin; y en verdad que estoy por condenarlos no mas que á destierro perpetuo, siquiera porque tienen parte de la invencion del famoso Mateo Boyardo, de donde tambien tejió su tela el cristiano poeta Ludovico Ariosto, al cual, si aquí le hallo, y que habla en otra lengua que la suya, no le guardaré respeto alguno; pero si habla en su idioma, le pondré sobre mi cabeza.—Pues yo le tengo en italiano, dijo el barbero, mas no le entiendo.—Ni aun fuera bien que vos le entendiérades, respondió el cura; y aquí le perdonáramos al señor capitan que no le hubiera traido á España, y hecho castellano, que le quitó mucho de su natural valor, y lo mesmo harán todos aquellos que los libros de verso quisieren volver en otra lengua, que por mucho cuidado que pongan y habilidad que muestren, jamas llegarán al punto que ellos tienen en su primer nacimiento. Digo en efeto, que este libro, y todos los que se hallaren que tratan destas cosas de Francia, se echen y depositen en un pozo seco hasta que con mas acuerdo se vea lo que se ha de hacer dellos, ecetuando á un Bernardo del Carpio que anda por ahí, y á otro llamado Roncesvalles, que estos en llegando á mis manos, han de estar en las del ama, y dellas en las del fuego sin remision alguna.=Todo lo confirmó el barbero, y lo tuvo por bien y por cosa muy acertada, por entender que era el cura tan buen cristiano y tan amigo de la verdad, que no diria otra cosa por todas las del mundo. Y abriendo otro libro, vió que era Palmerin de Oliva, y junto á él estaba otro, que se llamaba Palmerin de Inglaterra. Lo cual visto por el licenciado, dijo:—Esa Oliva se haga luego rajas y se queme, que aun no queden della las cenizas; y esa palma de Ingalaterra se guarde y se conserve como á cosa única, y se haga para ella otra caja como la que halló Alejandro en los despojos de Darío, que la diputó para guardar en ella las obras del poeta Homero. Este libro, señor compadre, tiene autoridad por dos cosas: la una, porque él por sí es muy bueno, y la otra, porque es fama que le compuso un discreto rey de Portugal. Todas las aventuras del castillo de Miraguarda son bonísimas y de grande artificio, las razones cortesanas y claras, que guardan y miran el decoro del que habla, con mucha propiedad y entendimiento. Digo, pues, salvo vuestro buen