tos, antes se deben tener por gracias que por desdichas.- Así es la verdad, replicó el del Bosque, si no nos turbasen la razon y el en- tendimiento los desdenes, que siendo muchos, parecen venganzas. -Nunca fuí desdeñado de mi señora, respondió Don Quijote.- No por cierto, dijo Sancho, que allí junto estaba, porque es mi se- ñora como una borrega mansa, es mas blanda que una manteca.- ¿Es vuestro escudero este? preguntó el del Bosque.-Si es, respon- dió Don Quijote.-Nunca he visto yo escudero, replicó el del Bos- que, que se atreva á hablar donde habla su señor: á lo menos ahí está ese mio, que es tan grande como su padre, y no se probará que haya desplegado el labio donde yo hablo.-Pues á fe, dijo Sancho, que he hablado yo, y puedo hablar delante de otro tan, y aun.... quédese aquí, que es peor meneallo. El escudero del Bosque asió por el brazo á Sancho, diciéndole:-Vámonos los dos donde poda- mos hablar escuderilmente todo cuanto quisiéremos, y dejemos á esos señores amos nuestros que se den de las astas, contándose las historias de sus amores, que á buen seguro que les ha de coger el dia en ellas, y no las han de haber acabado.-Sea en buena hora, dijo Sancho, y yo le diré á vuesa merced quien soy, para que vea si puedo entrar en docena con los mas hablantes escuderos. Con esto se apartaron los dos escuderos, entre los cuales pasó un tan gracioso coloquio, como fué grave el que pasó entre sus señores.
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