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Don Quijote.

daba, donde esperaba entretener el tiempo hasta que llegase el dia de las justas de Zaragoza, que era el de su derecha derrota, y que primero habia de entrar en la cueva de Montesinos, de quien tan- tas y tan admirables cosas en aquellos contornos se contaban, sa- biendo é inquiriendo asimesmo el nacimiento y verdaderos manan- tiales de las siete lagunas llamadas comunmente de Ruidera. Don Diego y su hijo le alabaron su honrosa determinacion, y le dijeron que tomase de su casa y de su hacienda todo lo que en grado le vi- niese, que le servirian con la voluntad posible, que á ello les obli- gaba el valor de su persona y la honrosa profesion suya. Llegóse en fin el dia de su partida, tan alegre para Don Quijote como tris- te y aciago para Sancho Panza, que se hallaba muy bien con la abundancia de la casa de Don Diego, y rehusaba de volver á la hambre que se usa en las florestas y despoblados, y á la estrecheza de sus mal proveidas alforjas: con todo esto las llenó y colmo de lo mas necesario que le pareció, y al despedirse dijo Don Quijote á Don Lorenzo:-No sé si he dicho à vuesa merced otra vez, y si lo he dicho, lo vuelvo á decir, que cuando vnesa merced quisiere ahorrar caminos y trabajos para llegar á la inacesible cumbre del templo de la fama, no tiene que hacer otra cosa, sino dejar á una parte la senda de la poesía algo estrecha, y tomar la estrechísima de la andante caballería, bastante para hacerle emperador en daca las pajas. Con estas razones acabó Don Quijote de cerrar el pro- ceso de su locura, y mas con las que añadió diciendo:-Sabe Dios, si quisiera llevar conmigo, al señor Don Lorenzo, para enseñarle como se han de perdonar los sugetos, y supeditar y acocear los sober- bios, virtudes anecsas á la profesion que yo profeso; pero pues no lo pide su poca edad, ni lo querrán consentir sus loables ejercicios, solo me contento con advertirle á vuesa merced, que siendo poeta podrá ser famoso, si se guia mas por el parecer ageno que por el propio: porque no hay padre ni madre á quien sus hijos le parez- can feos, y en los que lo son del entendimiento corre mas este en- gaño. De nuevo se admiraron padre y hijo de las entremetidas ra- zones de Don Quijote, ya discretas y ya disparatadas, y del tema y teson que llevaba de acudir de todo en todo á la busca de sus des- venturadas aventuras, que las tenia por fin y blanco de sus deseos. Reiteráronse los ofrecimientos y comedimientos, y con la buena li- cencia de la señora del castillo, Don Quijote y Sancho sobre Ro-

cinante y el rucio se partieron.