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Capítulo XXII.

cen, y como á señuelo gustoso se le abaten las águilas reales y los pájaros altaneros; pero si á la tal hermosura se le junta la necesi- dad y estrecheza, tambien la embisten los cuervos, los milanos y las otras aves de rapiña, y la que está á tantos encuentros firme, bien merece llamarse corona de su marido. Mirad, discreto Basilio, aña- dió Don Quijote, opinion fué de no sé que sabio, que no habia en todo el mundo, sino una sola muger buena, y daba por consejo que cada uno pensase y creyese que aquella sola buena era la suya, y así viviria contento. Yo no soy casado, ni hasta agora me ha ve- nido en pensamiento serlo, y con todo esto me atreveria á dar con- sejo al que me lo pidiese, del modo que habia de buscar la muger con quien se quisiese casar. Lo primero le aconsejaria, que mira- se mas á la fama que á la hacienda, porque la buena muger no al- canza la buena fama solamente con ser buena, sino con parecerlo, que mucho mas dañan á las honras de las mugeres las desenvol- turas y libertades públicas, que las maldades secretas. Si traes buena muger á tu casa, fácil cosa seria conservarla y aun mejo- rarla en aquella bondad; pero si la traes mala, en trabajo te pon- drá el enmendarla, que no es muy hacedero pasar de un estremo á otro. Yo no digo que sea imposible; pero téngolo por dificultoso. Oia todo esto Sancho y dijo entre sí:-Este mi amo, cuando yo ha- blo cosas de meollo y de sustancia, suele decir que podria yo tomar un púlpito en las manos, y irme por ese mundo adelante predican- do lindezas, y yo digo dél, que cuando comienza á enhilar senten- cias y á dar consejos, no solo puede tomar un púlpito en las manos, sino dos en cada dedo y andarse por esas plazas á qué quieres bo- ca. Válate el diablo por caballero andante que tantas cosas sabes: yo pensaba en mi ánima, que solo podia saber aquello que tocaba á sus caballerias; pero no hay cosa donde no pique y deje de meter su cucharada. Murmuraba esto algo Sancho, y entreoyóle su se- ñor y preguntóle:-¿Qué murmuras, Sancho?-No digo nada, ni murmuro de nada, respondió Sancho; solo estaba diciendo entre mí, que quisiera haber oido lo que vuesa merced aquí ha dicho, antes que me casara, que quizá dijera yo agora: El buey suelto bien se lame. Tan mala es tu Teresa, Sancho?-No es muy mala, res- pondió Sancho, pero no es muy buena; á lo menos no es tan bue- na como yo quisiera.-Mal haces, Sancho, dijo Don Quijote, en de- cir mal de tu muger, que en efecto es madre de tus hijos.-No nos debemos nada, respondió Sancl que tambien ella dice mal de mí cuando se le antoja, especialmente cuando está celosa, que enton-

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