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Don Quijote.

cabo de un buen espacio volvió en sí, desperezándose bien, como si de algun grave y profundo sueño despertara, y mirando á una y á otra parte, como espantado, dijo:-Dios os lo perdone, amigos, que me habeis quitado de la mas sabrosa y agradable vida y vista que ningun humano ha visto ni pasado. En efecto, ahora acabo de conocer que todos los contentos desta vida pasan como sombra y sueño, ó se marchitan como la flor del campo. ¡Oh desdichado Montesinos! ¡Oh mal ferido Durandarte! ¡Oh sin ventura Beler- ma! ¡Oh lloroso Guadiana, y vosotras sin dicha hijas de Ruidera, que mostrais en vuestras aguas las que lloraron vuestros hermosos ojos! Con grande atencion escuchaban el primo y Sancho las pa- labras de Don Quijote, que las decia como si con dolor inmenso las sacara de las entrañas. Suplicáronle les diese á entender lo que decia, y les dijese lo que en aquel infierno habia visto.-¡In- fierno le llamais? dijo Don Quijote, pues no le llameis ansí, por- que no lo merece, como luego vereis. Pidió que le diesen algo de comer, que traia grandísima hambre. Tendieron la arpillera del primo sobre la verde yerba, acudieron a la despensa de sus alfor- jas, y sentados todos tres en buen amor y compaña, merendaron y cenaron todo junto. Levantada la arpilladera, dijo Don Quijote de la Mancha:-No se levante nadie, y estadme, hijos, todos atentos.