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Don Quijote.

manos, que le renueva y trae á la memoria la desgracia de su mal logrado amante: que si esto no fuera, apenas la igualara en hermo- sura, donaire y brio la gran Dulcinea del Toboso, tan celebrada en todos estos contornos y aun en todo el mundo.-Cepos quedos, dije yo entonces, señor Don Montesinos: cuente vuesa merced su historia como debe, que ya sabe que toda comparacion es odiosa, y así no hay para que comparar á nadie con nadie: la sin par Dulcinea del To- boso es quien es, y la señora Doña Belerma es quien es y quien ha sido, y quédese aquí. A lo que él me respondió:-Señor Don Qui- jote, perdóneme vuesa merced, que yo confieso que anduve mal y no dije bien, en decir que apenas igualara la señora Dulcina á la señora Belerma, pues me bastaba á mí haber entendido, por no sé que barruntos, que vuesa merced es su caballero, para que me mor- diera la lengua antes de compararla sino con el mesmo cielo. Con esta satisfacion que me dió el gran Montesinos, se quieto mi cora- zon del sobresalto que recebí en oir que á mi señora la comparaban con Belerma.-Y aun me maravillo yo, dijo Sancho, de como vue- şa merced no se subió sobre el vejote y le molió á coces todos los huesos, y le peló las barbas sin dejarle pelo en ellas.-No, Sancho amigo, respondió Don Quijote, no me estaba a mí bien hacer eso, porque estamos todos obligados á tener respeto á los ancianos, aun- que no sean caballeros, y principalmente á los que lo son y están encantados: yo sé bien, que no nos quedamos á deber nada en otras muchas demandas y respuestas que entre los dos pasamos. A esta sazon dijo el primo:-Yo no sé, señor Don Quijote, como vuesa merced en tan poco espacio de tiempo como ha que está allá bajo, haya visto tantas cosas y hablado y respondido tanto.-¿Cuánto ha que bajé? preguntó Don Quijote.-Poco mas de una hora, respon- dió Sancho. Eso no puede ser, replicó Don Quijote, porque allá me anocheció y amaneció, y tornó á anochecer y á amanecer tres veces, de modo que a mi cuenta tres dias he estado en aquellas par- tes remotas y escondidas á la vista nuestra.-Verdad debe de decir mi señor, dijo Sancho, que como todas las cosas que le han sucedi- do son por encantamento, quizá lo que á nosotros nos parece una hora, debe de parecer allá tres dias con sus noches.-Así será, res- pondió Don Quijote.-¿Y ha comido vuesa merced en todo este tiempo, señor mio? preguntó el primo.-No me he desayunado de bocado, respondió Don Quijote, ni aun he tenido hambre ni por pensamiento.-¿Y los encantados comen? dijo el primo.-No co-

men, respondió Don Quijote, ni tienen escrementos mayores, aun-