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Capítulo XXVII.

á mirarle, sin que ninguno le hablase ni le preguntase nada, quiso aprovecharse de aquel silencio, y rompiendo el suyo, alzó la voz y dijo:-

Buenos señores, cuan encarecidamente puedo os suplico que no interrumpais un razonamiento que quiero haceros, hasta que veais que os disgusta y enfada, que si esto sucede, con la mas mínima señal que me hagais pondré en sello mi boca y echaré una morda- za á mi lengua. Todos le dijeron que dijese lo que quisiese, que de buena gana le escucharian. Don Quijote con esta licencia pro- siguió, diciendo:-Yo, señores mios, soy caballero andante, cuyo ejercicio es el de las armas, y cuya profesion la de favorecer á los necesitados de favor y acudir á los menesterosos. Dias ha que he sabido vuestra desgracia, y la causa que os mueve á tomar las ar- mas á cada paso para vengaros de vuestros enemigos, y habiendo discurrido una y muchas veces en mi entendimiento sobre vuestro negocio, hallo segun las leyes del duelo, que estais engañados en te- neros por afrentados, porque ningun particular puede afrentar á un pueblo entero, si no es retándole de traidor por junto, porque no sa- `be en particular quien cometió la traicion porque le reta. Ejem- plo de esto tenemos en Don Diego Ordoñez de Lara, que retó á to- do el pueblo zamorano, porque ignoraba que solo Bellido Dólfos habia cometido la traicion de matar á su Rey, y así retó á todos, y á todos tocaba la venganza y la respuesta, aunque bien es verdad que el señor Don Diego anduvo algo demasiado, y aun pasó muy adelante de los límites del reto, porque no tenia para qué retar á los muertos, á las aguas, ni á los panes, ni á los que estaban por nacer, ni á las otras menudencias que allí se declaran; pero vaya, pues cuando la cólera sale de madre, no tiene la lengua padre, ayo, ni freno que la corrijà. Siendo pues esto así, que uno sólo no pue- de afrentar á Reino, Provincia, Ciudad, República, ni Pueblo ente- ro, queda en limpio, que no hay para qué salir á la venganza del reto de la tal afrenta, pues no lo es, porque bueno seria que se ma- tasen á cada paso los del pueblo de la reloja, con quien se lo llama, ni los cazoleros ¹, berengeneros, ballenatos, jaboneros, ni los de otros nombres y apellidos que andan por ahí en boca de los mu-

4 Los de Gelafe, segun so cree.

TOMO II. 1 Acaso cazalleros: cuyo mote aplicaba el vulgo á los de Valladolid, con alusion & Agustin de Ca. zalla, natural de aquel pueblo, ajusticiado en él. 2 Los de Toledo, segun dice Covarrubias en su Tesoro. 3 Los de Madrid.

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