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Don Quijote.

be, ó le deparan un barco donde se entre, y en menos de un abrir y cerrar de ojos le llevan, ó por los aires, ó por la mar donde quie- ren y adonde es menester su ayuda: así que, ó Sancho, este bar- co está puesto aquí para el mesmo efecto: y esto es tan verdad, co- mo es ahora de dia, y antes que este se pase, ata juntos al rucio y á Rocinante, á la mano de Dios que nos guie, que no dejaré de embarcarme, si me lo pidiesen frailes descalzos.-Pues así es, res- pondió Sancho, y vuesa merced quiere dar á cada paso en estos, que no sé si los llame disparates, no hay sino obedecer y bajar la cabeza atendiendo al refran: haz lo que tu amo te manda, y sién- tate con él á la mesa; pero con todo esto, por lo que toca al descar- go de mi conciencia, quiero advertir à vuesa merced, que á mí me parece que este tal barco no es de los encantados, sino de algunos pescadores deste rio, porque en él se pescan las mejores sabogas del mundo. Esto decia mientras ataba las bestias Sancho, deján- dolas á la proteccion y amparo de los encantadores con harto dolor de su ánima. Don Quijote le dijo que no tuviese pena del desam- paro de aquellos animales, que el que los llevaria á ellos por tan longicuos caminos y regiones, tendria cuenta de sustentarlos.- No entiendo esto de logicuos, dijo Sancho, ni he oido tal vocablo en todos los dias de mi vida.-Longicuos, respondió Don Quijote, quiere decir apartados, y no es maravilla que no lo entiendas, que no estas tú obligado á saber latin, como algunos que presumen que lo saben y lo ignoran.-Ya están atados, replicó Sancho, ¿qué he- mos de hacer ahora? ¿Qué? respondió Don Quijote: santiguarnos y levar ferro, quiero decir, embarcarnos y cortar la amarra con qu este barco está atado: y dando un salto en él, siguiéndole Sancho, cortó el cordel, y el barco se fué apartando poco a poco de la ri- bera, y cuando Sancho se vió obra de dos varas dentro del rio, co- menzó á temblar temiendo su perdiçion: pero ninguna cosa le dió mas pena que el oir roznar al rucio, y el ver que Rocinante pug- naba por desatarse, y díjole á su señor:-El rucio rebuzna condo- lido de nuestra ausencia, y Rocinante procura ponerse en libertad para arrojarse tras nosotros. Ó carísimos amigos, queduos en paz, y la locura que nos aparta de vosotros, convertida en desengaño, nos vuelva á vuestra presencia; y en esto comenzó á llorar tan amargamente, que Don Quijote mohino y colérico le dijo:-¿De qué temes, cobarde criatura? ¿De qué lloras, corazon de mante- quillas? ¿Quién te persigue, ó quién te acosa, ánimo de raton ca-

sero? ¿qué te falta, menesteroso en la mitad de las entrañas de