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Don Quijote.

dejando ahora. Y tárnote á decir que te tientes y pesques, que yo para mí tengo que estás mas limpio que un pliego de papel liso y blanco. Tentose Sancho, y llegando con la mano bonitamente y con tiento ácia la corva izquierda, alzó la cabeza y miró á su amo y dijo:-ó la esperiencia es falsa, ó no hemos llegado á donde vue- sa merce dice, ni con muchas leguas. ¡Pues qué, preguntó Don Quijote, has topado algo?-Y aun algos, respondió Sancho, y sa-' cudiéndose los dedos, se lavó toda la mano en el rio, por el cual sosegadamente se deslizaba el barco por mitad de la corriente, sin que le moviese alguna inteligencia secreta, ni algun encantador es- condido, sino el mesmo curso de la agua blando entonces y suave. En esto descubrieron unas grandes aceñas que en la mitad del rio estaban y apenas las hubo visto Don Quijote, cuando con voz alta dijo á Sancho:-Ves allí, ó amigo, se descubre la ciudad, castillo, ó fortaleza donde debe de estar algun caballero oprimido, ó alguna Rei- na, Infanta, ó Princesa malparada, para cuyo socorro soy aquí trai- do.-¿Qué diablos de ciudad, fortaleza ó castillo dice vuesa merced, señor? dijo Sancho: ¿no echa de ver que aquellas son aceñas que es- tán en el rio, donde se muele el trigo?-Calla, Sancho, dijo Don Qui- jote, que aunque parecen aceñas no lo son, y ya te he dicho que to- das las cosas trastruecan y mudan de su ser natural los encantos: no quiero decir que las mudan de uno en otro ser realmente, sino que lo parece, como lo mostró la esperiencia en la transformacion de Dulcinea, único refugio de mis esperanzas. En esto el barco en- trado en la mitad de la corriente del rio, comenzó a caminar no tan lentamente como hasta allí. Los molineros de las aceñas que vie- ron venir aquel barco por el rio, y que se iba á embocar por el rau- dal de las ruedas, salieron con presteza muchos dellos con varas largas á detenerle, y como salian enharinados y cubiertos los ros- tros y los vestidos del polvo de la harina, representaban una mala vista. Daban voces grandes, diciendo:-Demonios de hombres ¿donde vais? ¿Venis desesperados? ¿Qué quereis ahogaros y ha- ceros pedazos en estas ruedas?-¿No te dije yo, Sancho, dijo á es- ta sazon Don Quijote, que habiamos llegado donde he de mostrar á do llega el valor de mi brazo? Mira qué de malandrines y follo- nes me salen al encuento, mira cuantos vestiglos se me oponen, mira cuantas feas cataduras nos hacen cocos; pues ahora lo veréis bellacos, y puesto el pié en el barco con grandes voces comenzó á amenazar á los molineros, diciéndoles: Canalla malvada y peor

aconsejada, dejad en su libertad y libre albedrío á la persona que