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Don Quijote.

tán para ofender á nadie: y aunque poco ha dije que yo podia estar agraviado, agora digo que no en ninguna manera, porque quien no puede recibir afrenta, menos la puede dar; por las cuales razones yo no debo sentir, ni siento las que aquel buen hombre me ha di- cho; solo quisiera que esperara algun poco para darle á entender en el error en que está, en pensar y decir que no ha habido, ni los hay caballeros andantes en el mundo, que si lo tal oyera Amadis, ó uno de los infinitos de su linage, yo sé que no le fuera bien á su mer- ced.-Eso juro yo bien, dijo Sancho, cuchillada le hubieran dado, que le abrieran de arriba abajo como una granada, ó como un me- lon muy maduro: bonitos eran ellos para sufrir semejantes cosqui- llas. Para mi santiguada, que tengo por cierto que, si Reinaldos de Montalvan hubiera oido estas razones al hombrecito, tapaboca le hubiera dado que no hablara mas en tres años: no sino tomárase con ellos, y viera como escapaba de sus manos. Perecia de risa la Duquesa en oyendo hablar á Sancho, y en su opinion le tenia por mas gracioso y por mas loco que á su amo, y muchos hubo en aquel tiempo que fueron deste mesmo parecer. Finalmente Don Quijo- te se sosegó, y la comida se acabó, y en levantando los manteles llegaron cuatro doncellas, la una con una fuente de plata, y la otra con un aguamanil asimesmo de plata, y la otra con dos blanquísi- mas y riquísimas tohallas al hombro, y la cuarta descubiertos los brazos hasta la mitad y en sus blancas manos (que sin duda eran blancas) una redonda pella de jabon napolitano. Llegó la de la fuente, y con gentil donaire y desenvoltura encajó la fuente deba- jo de la barba de Don Quijote, el cual sin hablar palabra, admirado de semejante ceremonia, creyendo ¹ que debia ser usanza de aque- lla tierra, en lugar de las manos lavar las barbas, y así tendió la suya todo cuanto pudo, y al mesino punto comenzó á llover el agua- manil, y la doncella del jabon le manoseó las barbas con mucha priesa, levantando copos de nieve, que no eran menos blancas las jabonaduras, no solo por las barbas, mas por todo el rostro y por los ojos del obediente caballero, tanto que se los hicieron cerrar por fuerza. El Duque y la Duquesa, que de nada de esto eran sabido- res, estaban esperando en qué habia de parar tan estraordinario la- vatorio. La doncella barbera, cuando le tuvo con un palmo de ja- bonadura, fingió que se le habia acabado el agua, y mandó á la del 1 Así en la edicion primera y en las demas. La gramática pide que se dijese creyó, si se conser- va el y así de mas adelante; ó si este se suprime, pide la misma gramática que se conserve el cre-

yendo.