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Don Quijote.

la buena obra. Así que no hay de que tener escrúpulo de las so- bras ni de las faltas, ni el cielo permita que yo engañe a nadie, aun- que sea en un pelo de la cabeza.-Ea pues, á la mano de Dios, di- jo Sancho: yo consiento en mi mala ventura, digo que yo acepto la penitencia con las condiciones apuntadas. Apenas dijo estas últi- mas palabras Sancho, cuando volvió á sonar la música de las chi- rimías, y se volvieron á disparar infinitos arcabuces, y Don Quijo- te se colgó del cuello de Sancho, dándole mil besos en la frente y en las mejillas. La Duquesa y el Duque y todos los circunstantes dieron muestras de haber recibido grandísimo contento, y el carro comenzó á caminar, y al pasar la hermosa Dulcinea inclinó la ca- beza á los Duques, y hizo una gran reverencia á Sancho: y ya en esto se venia á mas andar el alba alegre y risueña: las florecillas de los campos se descollaban y erguian, y los líquidos cristales de los arroyuelos, murmurando por entre blancas y pardas guijas, iban á dar tributo á los rios que los esperaban: la tierra alegre, el cielo cla- ro, el aire limpio, la luz serena, cada uno por sí y todos juntos da- ban manifiestas señales, que el dia que al aurora venia pisando las faldas habia de ser sereno y claro. Y satisfechos los Duques de la caza, y de haber conseguido su intencion tan discreta y felicemen- te, se volvieron á su castillo, con prosupuesto de segundar en sus burlas, que para ellos no habia veras que mas gusto les diesen.