En acabando la Duquesa de leer la carta, dijo á Sancho:-En dos cosas anda un poco descaminado el buen Gobernador: la una, en de- cir, ó dar á entender, que este gobierno se le han dado por los azo- tes que se ha de dar, sabiendo él, que no lo puede negar, que cuan- do el Duque mi señor se le prometió, no se soñaba haber azotes en el mundo: la otra es, que se muestra en ella muy codicioso, y no querria que orégano fuese, porque la codicia rompe el saco, y el Gobernador codicioso hace la justicia desgobernada.-Yo no lo di- go por tanto, señora, respondió Sancho, y si á vuesa merced le pa- rece que la tal carta no va como ha de ir, no hay sino rasgarla y hacer otra nueva, y podria ser que fuese peor, si me lo dejan á mi caletre. No, no, replicó la Duquesa, buena está esta, y quiero que el Duque la vea. Con esto se fueron á un jardin donde habian de comer aquel dia. Mostró la Duquesa la carta de Sancho al Du- que, de que recibió grandísimo contento. Comieron, y despues de alzados los manteles, y despues de haberse entretenido un buen es- pacio con la sabrosa conversacion de Sancho, á deshora se oyó el son tristísimo de un pífaro y el de un ronco y destemplado tambor. Todos mostraron alborotarse con la confusa, marcial y triste ar- monfa, especialmente Don Quijote, que no cabia en su asiento de puro alborotado: de Sancho no hay que decir, sino que el miedo le llevó á su acostumbrado refugio, que era el lado ó faldas de la Du- quesa, porque real y verdaderamente el son que se escuchaba era tristísimo y melancólico. Y estando todos así suspensos, vieron entrar por el jardin adelante dos hombres vestidos de luto, tan luen- go y tendido, que les arrastraba por el suelo: estos venian tocando dos grandes tambores, asimesmo cubiertos de negro. A su lado ve- nia el pífaro negro y pizmiento como los demas. Seguia á los tres un personage de cuerpo agigantado, amantado, no que vestido con una negrísima loba, cuya falda era asimesmo desaforada de gran- de. Por encima de la loba le ceñia y atravesaba un ancho tahalí, tambien negro, de quien pendia un desmesurado alfange de guar- niciones y vaina negra. Venia cubierto el rostro con un traspa- rente velo negro, por quien se entreparecia una longísima barba, blanca como la nieve.. Movia el paso al son de los tambores con mucha gravedad y reposo. En fin, su grandeza, su contoneo, su negrura y su acompañamiento pudieran y pudo suspender á todos aquellos que sin conocerle le miraron. Llegó, pues, con el espacio y prosopopeya referida á hincarse de rodillas ante el Duque, que en
pié con los demas que allí estaban le atendia. Pero el Duque enPágina:El ingenioso hidalgo Don Quijote del Mancha Tomo II.djvu/328
Apariencia