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Don Quijote.

mirará con buenos ojos vuestras cuitas, que Sancho hará lo que yo le mandare, ya viniese Clavileño, y ya me viese con Malambruno, que yo sé que no habria navaja que con mas facilidad rapase á vuestras mercedes, como mi espada raparia de los hombros la ca- beza de Malambruno: que Dios sufre á los malos, pero no para siem- pre. ¡Ay! dijo á esta sazon la Dolorida, con benignos ojos miren á vuestra grandeza, valeroso caballero, todas las estrellas de las re- giones celestes, é infundan en vuestro ánimo toda prosperidad y valentía, para ser escudo y amparo del vituperoso y abatido géne- ro dueñesco, abominado de boticarios, murmurado de escuderos, y socaliñado de pages, que mal haya la bellaca que en la flor de su edad no se metió primero á ser monja que á dueña: desdichadas de nosotras las dueñas, que aunque vengamos por línea recta de va- ron en varon del mesmo Héctor el Troyano, no dejarán de echar- nos un vos nuestras señoras, si pensasen por ello ser reinas. O gigante Malumbruno, que aunque eres encantador, eres certísimo en tus promesas, envíanos ya al sin par Clavileño, para que nues tra desdicha se acabe, que si entra el calor y estas nuestras barbas duran ¡guay de nuestra ventura! Dijo esto con tanto sentimiento la Trifaldi, que sacó las lágrimas de los ojos de todos los circunstan- tes, y aun arrasó los de Sancho, y propuso en su corazon de acom- pañar á su señor hasta las últimas partes del mundo, si es que en ello consistiese quitar la lana de aquellos venerables rostros.