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Capítulo XLI.

que Malambruno, aunque es encantador, es cristiano y hace sus en- cantamentos con mucha sagacidad y con mucho tiento, sin meter- se con nadie. — Ea pues, dijo Sancho, Dios me ayudé y la Santísi- ma Trinidad de Gaeta. — Desde la memorable aventura de los ba- tanes, dijo Don Quijote, nunca he visto á Sancho con tanto temor como ahora, y si yo fuera tan agorero como otros, su pusilanimidad me hiciera algunas cosquillas en el ánimo. Pero llegaos, aquí, Sancho, que con licencia destos señores os quiero hablar aparte dos palabras: y apartando á Sancho entre unos árboles del jardin, y asiéndole ambas las manos, le dijo: — Ya ve^, Sancho hermano, el largo viage que nos espera, y que sabe Dios cuándo volveremos del, ni la comodidad y espacio que nos darán los negocios: y así ^quer- ría que ahora te retirases en tu aposento, como que vas á buscar al- guna cosa necesaria para el camino, y en un daca las pajas te die- ses á buena cuenta de los tres mil y trecientos azotes á que estás obligado, siquiera quinientos, que dados te los tendrás, que el co- menzar las cosas, es tenerlas medio acabadas.— Par Dios, dijo San- cho, que vuesa merced debe de ser menguado: esto es como aque- llo que dicen, en priesa me ves y doncellez me demandas: ¿ahora que tengo de ir sentado en una tabla rasa, quiere vuesa merced que me lastime las posas? En verdad, en verdad, que no tiene vuesa merced razón: vamos ahora á rapar estas dueñas, que á la vuelta yo le prometo á vuesa merced, como quien soy, de darme tanta priesa á salir de mi obligación, que vuesa- merced se contente, y no le digo mas. Y Don Quijote respondió:— Pues con esa promesa, buen Sancho, voy consolado, y creo que la cumplirás, porque en efecto, aunque tonto eres hombre verídico. — No soy verde, sino Mo- reno, dijo Sancho; pero aunque fuera de mezcla, cumpliera mi pa- labra, Y con esto se volvieron á subir en Clavileño, y al subir di- jo Don Quijote: — Tapaos, Sancho, y subid, Sancho, que quien de tan lueñes tierras envia por nosotros, no será para engañamos, por la poca gloria que le puede redundar de engañar á qtiien del se fía: y puesto que todo sucediese al revés de lo que imagino, la gloria de haber emprendido esta hazaña, no la podrá escurecer malicia algu- na. — Vamos, señor, dijo Sancho: que las barbas y lágrimas destas señoras las tengo clavadas en el corazón, y no comeré bocado que bien me sepa, hasta verlas en su primera lisura. Suba vuesa mer- ced y tápese primero, que si yo tengo de ir á las ancas, claro está que primero sube el de la silla. — ^Así es la verdad, replicó Don Qui-

jote; y sacando un pañuelo de la faldriquera, pidió á la Dolorida